El capítulo final de la saga que mantuvo en vilo durante una década a toda una generación se despide del cine y lo hace a lo grande: con más ritmo que nunca
@font-face { font-family: "Cambria"; }p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal { margin: 0cm 0cm 10pt; font-size: 12pt; font-family: "Times New Roman"; }div.Section1 { page: Section1; } Por Sebastián Martínez
No se puede hablar de este filme como si sólo fuese uno más. Se trata del capítulo final de una extensa saga que comenzó hace una década y que acompañó, primero desde los libros y luego desde la pantalla, a toda una generación en su crecimiento. Es, por lo tanto, todo un acontecimiento, como lo fueron en su momento, para otras generaciones, sagas como “La guerra de las galaxias”, “Indiana Jones”, “Matrix”, o la más reciente “El señor de los anillos”.
Se esperaba, por lo tanto, mucho de esta segunda parte de “Las reliquias de la muerte” y cierre completo de toda la historia. Y la responsabilidad volvió a quedar en manos de David Yates, el director fetiche de la saga, responsable de la buena “La Orden del Fénix”, de la floja “El príncipe mestizo” y de la muy buena primera parte de “Las reliquias…”.
Y hay que reconocer que en esta despedida de Harry Potter, que emocionará a tantos fanáticos, Yates terminó de quitarse de encima a quienes lo criticamos por algunos detalles de sus filmes anteriores, y presentó uno de los puntos más altos de toda la secuencia, quizás sólo comparable con “El prisionero de Azkabán”, que fuera dirigida por Alfonso Cuarón.
En este gran final, Harry Potter da su adiós definitivo a toda orquesta. Con el ritmo más vertiginoso de su participación en la historia del cine, con efectos especiales de primera línea y con una batalla final que quedará en los anales de los grandes enfrentamientos de la pantalla grande.
El filme dura más de dos horas y, sin embargo, la sucesión interminable de tramas y subtramas, de conflictos y resoluciones, de enigmas, respuestas y persecuciones que pueblan cada uno de sus fotogramas no dejan demasiado lugar para el respiro. Quizás lo único que se le pueda criticar a este filme sea que, cada tanto, cae en un tono demasido explícito y didáctico para que nadie se pierda en la compleja trama. Por lo demás, la película funciona a la perfección.
No tiene sentido adelantar demasiado sobre la trama por si algún desprevenido no ha leído el séptimo libro de la historia creada por J.K. Rowling. Pero bastará decir que, tal como se viene anunciando desde que comenzó todo, aquí finalmente Harry Potter y su archienemigo Lord Voldemort se verán las caras por última vez. Y que los personajes secundarios tienen reservado un papel vital en la trama: por supuesto, Hermoine y Ron, pero también el siempre esquivo profesor Snape y hasta el ya fallecido director Dumbledore.
Entre otras muchas cosas, el paso de Harry Potter por las salas de cine durante los últimos diez años dejará tras de sí una serie de ratificaciones y promesas. Por ejemplo, que Alan Rickman (Snape) y Michael Gambon (Dumbledore) son extraordinarios actores. Y también que Emma Watson (Hermoine) y Rupert Grint (Ron) tienen un futuro enorme en la industria. Quizás no se podría decir tanto del protagonista Daniel Radcliffe, a quien no se lo ha visto tan versátil y, para colmo, deberá luchar mucho por sacarse de encima la identificación con su personaje.
Una década y ocho películas después de su irrupción en las pantallas, Harry Potter y su universo de hechiceros, huérfanos, brujas y seres mitológicos se despide, muy posiblemente para siempre. Los 130 minutos de “Las reliquias de la muerte, parte II”, son una magnífica oportunidad para despedirlo.