En un documental entretenido y ágil, el ex vicepresidente de EEUU Al Gore explica el terrible cambio climático, pero no dice las "verdades" más "incómodas"
Por Sebastián Martínez
Los cinéfilos podríamos decir que este tema ya nos resulta familiar. Que algo de esto vimos hace pocos años cuando llegó a nuestras tierras el estreno de “El día después de mañana”. Que ya manejamos el concepto de “calentamiento global” y que sabemos perfectamente que puede dejar a la ciudad de Nueva York desolada debajo del hielo como escenario perfecto para las carreras desesperadas de Dennis Quaid.
Sin embargo, sería un argumento algo frívolo, que sólo serviría para solazarse en el recuerdo de una película muy lograda y algo oportunista que vimos hace sólo dos temporadas. Y aquí hay que ponerse serios. Lo que nos plantea “Una verdad incómoda” es algo más complejo, más preocupante y, sobre todo, mucho más real.
Describir esta película es un ejercicio extremadamente sencillo. Se trata de una conferencia de unos 100 minutos que el ex vicepresidente de los Estados Unidos Al Gore brinda alrededor del mundo para alertar sobre las terribles consecuencias del cambio climático, apenas sazonada con algunas pinceladas de la vida personal del político caído en desgracia.
“Buenos días. Soy Al Gore, solía presentarme como el futuro presidente de los Estados Unidos”, saluda el ex senador demócrata a su audiencia. Y con esta simple fórmula (que suponemos minuciosamente guionada), logra tres objetivos: rompe el hielo, se burla de la cuestionada derrota electoral a manos de George W. Bush y la maquinaria electoral del estado de Florida, y al mismo tiempo, se presenta como un eficaz “entertaiment man”, alguien que nos puede hacer pasar un rato agradable.
Es que el declamado propósito de Al Gore es justamente ése: entretener. Pero, simultáneamente, llevar por el mundo su mensaje de advertencia sobre las devastadoras consecuencias del cambio climático, exponer la responsabilidad del hombre (y particularmente del hombre estadounidense) en ese proceso, y (quizás con menor claridad) plantear posibles soluciones para revertir la catástrofe.
El director Davis Guggenheim, quien hasta el momento no había salido de la pantalla chica, acompaña con eficacia las intenciones del ex vicepresidente de Bill Clinton. Logra que el mensaje llegue, que se vaya filtrando entre imágenes de mayor o menor impacto: breves animaciones de Matt Groening (creador de “Los Simpsons”), osos polares que mueren mientras nadan, ranas que hierven al vapor, sequías, huracanes, inundaciones, evacuaciones y todo el ya conocido repertorio de devastación que el clima ha venido provocando en los últimos años.
Entre explicaciones sobre emisiones de dióxido de carbono, derretimiento de los casquetes polares y crecimientos poblacionales, Al Gore se toma sus momentos para recordar episodios que lo marcaron a lo largo de su vida: un accidente que dejó a su hijo en coma, la muerte de su prima por cáncer pulmonar, su archiconocida derrota en las elecciones de hace seis años, sus años de estudiante, por mencionarlas casi todas.
El resultado final es, efectivamente, didáctico y ameno. No obstante, existen posiblemente dos objetivos que Al Gore no logre concretar de una manera acabada.
El primero es evitar la desesperación. El propio ex vicepresidente lo hace explícito: “Hay gente que pasa de la desidia a la desesperación sin detenerse en la mitad del camino”. Ese punto medio sería, en palabras de Gore, la acción positiva para revertir el caos climático del orbe. Y la pregunta que uno se hace es: “Pero, caramba, ¿usted no era vicepresidente de la nación más poderosa del planeta? ¿Qué podría hacer yo si usted, en el epicentro mismo de las decisiones globales, casi nada pudo hacer para evitar esta catástrofe?”. Gore nos responde: “Tenemos todo para evitar esta catástrofe. Lo único que falta es voluntad política. Por suerte, en los Estados Unidos, la voluntad política es un recurso renovable”. Y al espectador no le queda otra que torcer la boca con un dejo de escepticismo.
El segundo punto que se le puede cuestionar es la mezquindad a la hora de abordar temas relacionados con el calentamiento global. El político de Washington intenta darle a su público consejos domésticos para el ahorro de energía, para el uso de fuentes de energía no contaminantes, para que respalde el Protocolo de Kyoto (nunca suscripto por la Casa Blanca). Pero poco dice Al Gore sobre los lobbies de las petroleras, sobre la venta de “permisos” para la emisión de gases contaminantes, sobre la estructura económica mundial montada sobre los combustibles fósiles, sobre las guerras en Medio Oriente con el gas y el crudo como principal motivación.
No cabe duda de que “Una verdad incómoda” es un entretenido e instructivo acercamiento a uno de los problemas centrales de la Humanidad. De todos modos, hay que estar atentos. Las partes más “incómodas” de esa “verdad” no quedan del todo reveladas.