La tercera entrega de la saga vuelve a evidenciar todo el talento de Pixar y a demostrar que los filmes infantiles son de los pocos que pueden decir cosas interesantes
Por Sebastián Martínez
La revolución provocada en el cine por la irrupción de la animación digital ha encontrado su expresión más acabada en las obras de los estudios Pixar. Y dentro de la inmensa y rica filmografía surgida de ese reducto de talento, la saga de “Toy Story” se ha transformado en su símbolo, en su nave insignia.
Por eso, cuando se confirmó la realización de una tercera parte de esas dos obras maestras que fueron “Toy Story” y “Toy Story 2”, los seguidores de Woody y Buzz Lightyear comenzaron a temer por los resultados. Las acusaciones cayeron una detrás de otra. Que la tercera parte sólo se hacía para sumarse a la moda del 3D, que no tenía sentido reflotar la historia 15 años después de su inicio, que la saga ya había tocado su techo, etc.
Sin embargo, ahí está “Toy Story 3”. Y la magia sigue intacta. La historia vuelve a ser sólida, no hay vueltas de tuerca forzadas, la habilidad para el remate sigue incólume y el carisma detrás de cada uno de los personajes no queda opacado por la aparición de nuevos juguetes en el argumento.
La trama arranca con un Andy ya de 17 años, que está a punto de partir hacia la universidad y debe tomar una decisión sobre los viejos juguetes que tiene arrumbados en un arcón. Por una serie de circunstancias y enredos que no vale la pena adelantar, Woody, Buzz y el resto de la pandilla terminan siendo donados a una guardería, donde serán de utilidad para nuevos niños.
Sin embargo, el mundo aparentemente idílico que los espera en la guardería pronto se revela como una auténtica pesadilla para los juguetes más famosos de la historia del cine. Y es así como el vaquero Woody, el único que siempre sostuvo que el lugar de los juguetes era junto a su legítimo dueño, recobra consenso entre sus amigos y comienzan a elaborarse planes de escape.
Por supuesto que esto no es más que una simplificación de una historia que es rica en detalles y matices que no sólo deslumbran a los chicos, sino que tienen la capacidad de poner a pensar a más de un adulto sobre su escala de valores morales.
La lealtad, el amor, la traición, la tiranía, la incorrección política, la amistad… Prácticamente todo cabe dentro de una película como “Toy Story 3”, y es eso lo que la transforma, lo que la saca del lugar del típico filme para niños a una obra de una densidad y una calidad difícil de encontrar en casi cualquier otro producto de Hollywood. Especialmente, en las películas para adultos. Y ni hablar de las películas para adolescentes.
Es de suponer que ésta será la última entrega de la saga más importante del cine de animación de todos los tiempos. Se puede decir, ahora sí, que la historia ha cerrado y que es hora de despedirse de Woody y sus amigos. Sin embargo, si el día de mañana escuchamos que Pixar prepara “Toy Story 4” no desconfíemos. Evidentemente, esta gente sabe cómo hacer las cosas.