Con un elenco que reúne a Sean Penn, Jude Law y Kate Winslet, "Todos los hombres del rey" plantea una inquietante fábula política sobre los fines y los medios
Por Sebastián Martínez
Que el poder corrompe es algo que venimos escuchando desde la época de los Césares romanos. Que los fines no deberían justificar los medios es una máxima pronunciada con tanta insistencia que ha comenzado a perderse su significado. "Todos los hombres del rey", con un elenco multiestelar y ganas de asomarse a las nominaciones de los Oscar, se propone reflotar estos tópicos, darles carnadura, ponerlos nuevamente sobre el tapete en tiempos de "guerras preventivas" y unilateralismo geopolítico.
El filme, deudor del original filmado en 1949 por Robert Rossen y basado en la novela del mismo nombre escrita por Robert Penn Warren, explora los temas clásicos de la filosofía política de la mano de una trama lejanamente basada en la vida Huey Long, un político populista del sur de los Estados Unidos.
Dirigida por Steven Zaillian (conocido por "Una acción civil", con John Travolta), la película exhibe orgullosa su deslumbrante casting: Sean Penn, Jude Law, Kate Winslet, Mark Ruffalo, Anthony Hopkins, James Gandolfini y siguen las firmas. Nadie podrá decir que faltaron luminarias delante de las cámaras y, por cierto, nadie osará poner en tela de juicio el desempeño de tales figuras en sus interpretaciones de esta fábula sobre el poder y la ética.
La historia retrata el ascenso y la caída de Willie Stark (Sean Penn), un funcionario de cuarta línea, surgido de la humildad de las clases trabajadoras que llega a convertirse en gobernador del estado de Louisiana, allá por la década del 50. Una denuncia sobre la construcción de una escuela, una tragedia y el estilo llano de sus discursos le darán a Stark la posibilidad de pasar a los primeros planos de la política distrital.
Su derrotero al estrellato público será seguido de cerca por Jack Burden (Jude Law), un joven de familia acomodada que primero cubre la campaña electoral como periodista de un diario local y termina siendo contratado por Stark para que se transforme en uno de sus principales operadores políticos. Lo que seduce al hasta entonces cínico Burden es la proximidad del naciente político con las masas de votantes, su forma de hablarles, su toma de partido por los más débiles.
Pero un frente de tormenta se avecina al tiempo que avanzan las dos horas y veinte minutos de cinta. A medida que acumule poder, el ascendente político irá perdiendo escrúpulos en la consecución de sus fines políticos. El propio candidato-gobernador Stark lo dice en sus discursos: los poderosos no tienen pruritos morales para mantener sus mecanismos de opresión, ¿por qué habría de tenerlos él para defender a los trabajadores?
El segundo conflicto se plantea en el centro de la conciencia de Jack Burden: su nuevo jefe, el populista encarnado por Penn, representa todo lo que su familia detesta. El personaje de Jude Law queda así en medio del fuego cruzado: de un lado el gobernador Stark, sus ideas y sus medios para materializarlas; del otro, su padre adoptivo (el juez interpretado por Hopkins), su amada de la juventud (Winslet), su estricto amigo de toda la vida (Ruffalo) y todo el peso del pensamiento tradicional del sur de los Estados Unidos.
Como toda fábula que se precie, "Todos los hombres del rey" tendrá su desenlace y su moraleja. Cada quien deberá pensar luego de qué lado se hubiese puesto. Del lado de los potentados que defienden las inequidades del statu quo y las buenas maneras. O en la trinchera del hombre público que no vacila en violentar la propia moral para llevar sus ideas a la práctica. Con suerte, habrá alguien que termine de ver la película y descubra que puede existir una alternativa que lo aleje de estos bandos que pugnan en un filme que vale la pena ver y meditar.