Destino Sudáfrica: un mundial con el fantasma de la guerra
El último mundial antes de la Segunda Guerra lo ganó Italia. El conflicto se respiraba en el aire. Los "azurros" fueron los mejores. La Argentina no participó
5 de mayo de 2010
Por Roberto Aguirre Blanco
El olor a pólvora ya se percibía en el aire de Europa cuando en 1938 Italia se consagró bicampeón del mundo al ganar con autoridad la Copa jugada en Francia, en una emotiva final ante Hungría.
Los "azzurros" pudieron demostrar en tierras galas que tenían condiciones para ser los reyes del mundo futbolístico más allá de las sospechas que los coronaron al ganar el tìtulo en su país, cuatro años antes.
En vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el planeta ya respiraba un ambiente bélico producto de la Guerra Civil española, que desangraba a ese país desde 1936.
Asimismo, en el oriente, Japón invadió China y dejó a ambos países fuera de la competencia internacional, tanto como Estados Unidos, que sobre el inicio del torneo decidió no participar.
Este abandono le permitió a Cuba jugar por primera y única vez una Copa del Mundo en una actuación decorosa que lo ubicó finalmente en el octavo lugar sobre 15 selecciones participantes.
En tanto, el deporte no podía dejar de estar influenciado por el ambiente político de la época, y luego de los juegos olímpícos de Berlín en 1936, el Mundial de Francia tuvo también bajo la fuerte influencia del nazismo que ganaba espacios en toda Europa.
Alemania ya había invadido a Austria y a la hora de conformar la selección se eligió a futbolístas de ambos países, con una fuerte presencia de los integrantes del país conquistado, que tenia muy buenos valores.
Sin embargo, una de sus máximas figuras, el artillero Mathias Sindelar se negó sistemáticamente a vestir la casaca de Alemania, situación que le provocó el ostracismo, la persecución y la pobreza.
Sindelar no soportó el castigo al cuál fue sometido por los dirigentes alemanes y un año después de la disputa del Mundial se suicidó y responsabilizó de este hecho a la idea de defender hasta el último momento su origen austríaco.
En ese marco opresivo, se realizó un mundial que contó con 15 países participantes, y una vez mas con una fuerte presencia de selecciones europeas.
Al igual que en Italia 34 se utilizó el sistema de eliminación directa a partir de los octavos de final y asi en la primera fase pasaron sin dificultad, los campeones del mundo (vencieron a Noruega, 2-1); Hungría (Antillas Holandesas 6-0);
Chescolosvaquia (Holanda, 3-0) y Brasil que supero a Polonia 6-5, en un partido electrizante.
En la etapa definitoria, Hungria demostró su potencia y le ganó a Suecia 5 a 1 y los "azzurros" comandados por su estrella máxima, Giussepe Meazza, le ganó a Brasil, con un gol, de penal del ídolo italiano.
La final, jugada en Colombes el 19 de junio de 1938, fue sin dudas una de las más excitantes desde la creación del mundial, en la cual dos escuelas futbolísticas muy diferentes estaba cara cara.
Italia, con la experiencia de un título sobre su cabeza, abrió el marcador a los cinco minutos, a través de Paolo Colaussi, pero el fino juego de los húngaros le permitió acceder a la igualdad, dos minutos después, por intermedio de Titkos.
De allí en más la superioridad de la selección comandada por Vittorio Pozzo se hizo notar y a fuerza de furibundos ataques logró una ventaja decisiva de 3 a 1, al fin del primer tiempo.
El descuento de Sarosi, a los 20 minutos, no fue más que un espejismo, ya que Italia logró el definitivo 4 a 2, a través de Marco Piola y selló así la conquista de su segundo título universal.
El festejo de los italianos fue la contracara del silencio del estadio francés, donde todos los simpatizantes de ese país alentaron desmedidamente a Hungría y fueron mudos testigos de una conquista, que futbolísticamente tuvo más valor que la de 1934.
Sin Mussolini en el palco oficial, Italia dio la vuelta olímpica y se ganó los aplausos de los orgullosos franceses, pero en medio de este festejo nadie imaginó que era testigos de último acto deportivo internacional antes de la gran contienda bélica.
Semanas después, esos mismo protagonistas cargarían fusiles e irían al frente de batalla, y los estéticos colores de la escenografía europea mutaria a la destrucción y al ácido olor a bombas y muerte.