Con un personaje sumido en un sinfín de penurias que vuelven su vida miserable, este filme conmueve a fuerza de golpes de efecto y suma de atrocidades
Por Sebastián Martínez
¿Cómo se decide la suerte de un personaje? ¿Cuáles son las herramientas válidas, genuinas, que tienen guionistas y directores para mostrar el lado más oscuro de la sociedad en que vivimos? Estas y muchas otras preguntas le surgen al espectador cuando termina de ver "Preciosa", la multinominada y muy valorada de Lee Daniels sobre las desventuras de una joven negra del Harlem profundo.
Repasemos a primera vista las circunstancias en que vive la protagonista de "Preciosa". 1) Es pobre y analfabeta, 2) tiene un hijo del que quedó embaraza cuando tenía 12 años, 3) espera a un segundo hijo, 4) el padre de sus dos hijos es su propio padre, que abusa sexualmente de ella desde pequeña, 5) tiene fuertes sospechas de padecer de HIV, 6) vive con su madre, que también la somete a todo tipo de maltratos psicológicos y físicos, y 7) sufre de obesidad.
Y la cosa recién empieza para Preciosa. El resultado de semejante cúmulo de desgracias no puede ser más que movilizante. ¿Es "Preciosa" una película conmovedora? Por supuesto: dan ganas de ponerse a llorar cada cinco minutos. ¿Retrata fielmente la vida de gran parte de la comunidad afroamericana pobre de los Estados Unidos? Posiblemente sí.
Pero las preguntas que surgen con esta película, que seguramente recibirá estatuillas en la noche de gala y smokings de Los Angeles, es hasta dónde es lícito meterse con las miserias humanas y exhibirlas una a una, casi con deleite, con el único fin de que el espectador quede sumido en un océano de lágrimas.
La historia está prácticamente planteada desde el comienzo del filme: la vida de Preciosa es absolutamente miserable. Y el único aliciente que encontrará será la atención que le brinda una maestra en un instituto de alfabetización en el que la chica se meterá como vía de escape de su pesadilla cotidiana.
Ante este filme, que tiene grandes actuaciones y una estética prolija y entrecortada, el espectador tiene dos posibilidades. La primera es largarse a llorar a moco tendido, maldecir las injusticias del sistema, recordar lo malo que es ser abusado, ignorado y sometido a maltratos, y finalmente regresar a casa.
Pero la segunda posibilidad es más interesante. Consiste en plantearse cuáles son los límites de la representación del sufrimiento humano. Y cuál es su propósito. Porque uno de los "problemas" de "Preciosa" es que cuando salimos del cine sabemos más o menos lo mismo que cuando ingresamos a la sala.
A menos que uno viva aislado e ignorante por completo de la realidad circundante, sabe que las injusticias, los maltratos y los abusos son parte de la cotidianeidad para millones de personas alrededor del mundo. Lo único que hace "Preciosa", en todo caso, es recordarlo de un modo políticamente correcto (independientemente de si su mensaje final es o no esperanzador).
Pero lo cierto es que las casi dos horas de película no agregan mucho a lo que ya sabíamos del mundo. Las últimas preguntas que nos quedan pendientes son más complejas y tienen que ver con la ética: ¿es moral crear un personaje sumido en la peor de las circunstancias y hacer una película que recauda millones?, ¿dónde termina el cine de denuncia y dónde empieza el morbo por mostrarnos lo mal que viven algunos?