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"Amor sin escalas": la soledad del hombre sin conexiones
En una extraña, inteligente y agridulce comedia romántica, George Clooney recorre con indolencia los Estados Unidos despidiendo gente de sus puestos de trabajo
20 de enero de 2010
Por Sebastián Martínez

Atento a los tiempos que corren, el director y guionista Jason Reitman, conocido como el cerebro detrás de “La joven vida de Juno” y “Gracias por no fumar”, se despacha ahora con una película donde el desempleo funciona como tema colateral de una extraña (y un poco amarga) comedia romántica.

La cuestión es así. Ryan Bingham (George Clooney) es el empleado clave de una empresa dedicada a despedir trabajadores. Una compañía que realiza el trabajo sucio que no quiere hacer el resto de las compañías: sentarse delante de un empleado, decirle que no tiene más lugar en la estructura y endulzarle el sombrío futuro, convenciéndolo de que su despido es una oportunidad para crearse un nuevo destino.

Para cumplir con esta tarea, Bingham recorre incansablemente los Estados Unidos, al punto de pasar el 90 por ciento de su vida en los asientos de primera de los aviones, en los free shops de los aeropuertos o en hoteles cinco estrellas. Y eso, curiosamente, es lo que lo mantiene feliz e indolente.

Además, Bingham tiene una “filosofía”, que propaga en pequeñas conferencias alrededor del país. En ellas propone que no hay que tener vínculos: ni materiales, ni afectivos. Todo vínculo es una carga, dice Bingham, y postula que hay que “vaciar la mochila” para moverse con libertad.

Pero, previsiblemente, el mundo de Bingham está a punto de cambiar. Por una parte, conoce a Alex (Vera Farmiga), una mujer que también pasa la mayor parte de sus días en hoteles, aviones y salas de preembarque, y que logrará cambiar su punto de vista. Del otro lado, una muy joven ejecutiva (Anna Kendrick) logra convencer a la compañía en que trabaja Bingham de que sería mucho más económico despedir a la gente a través de la computadora, lo que implicaría que Bingham debería abandonar su vida viajera y establecerse en la sedentaria Omaha.

Es difícil decir que Jason Reitman no es un creador inteligente. Se lo han reconocido casi universalmente y tanto “Gracias por fumar” como “La joven vida de Juno” son prueba de ello. Con “Amor sin escalas” (pésima adaptación local del original “Up in the Air”) pasa lo mismo. Hay inteligencia, hay líneas de diálogo punzantes, graciosas, hay un gran papel de Clooney, y enormes actuaciones de Farmiga y Kendrick, e incluso del resto del elenco. Además de su inteligencia, habrá que reconocerle a Reitman una gran capacidad de dirección de actores.

¿Cuáles podrían ser, entonces, los problemas de “Amor sin escalas”? En principio, sólo dos y sobre ambos se podría discutir extensamente. El primero tiene que ver con su tono, quizás demasiado leve para meterse al mismo tiempo en temas como el desempleo (e incluso mezclando actores con desempleados reales) tratando de mantenerse dentro de los cánones de la comedia romántica.

La segunda cuestión que se le podría achacar a la película es su excesiva pretensión de agradar a todos. Es decir: si bien no es una película alegre (aunque sí divertida), “Amor sin escalas” se cuida muy bien de ser revulsiva, de movilizar al espectador, de sacudirlo de sus lugares comunes. Como estrategia no le está yendo tan mal: 28 premios, 39 nominaciones y un lugar casi asegurado en la ceremonia de los Oscar lo prueban.

Existe un tercer punto relacionado con cierto giro argumental muy discutible que llega casi al final, pero resultaría imposible discutirlo sin contar todo el argumento. Así que mejor dejarlo de lado.

No cabe de que “Amor sin escalas” es una película que vale la pena ir a ver. Lo que sí resulta más ambiguo es la sensación que tendremos cuando salgamos del cine. A medias conmovidos y a medias defraudados. En un panorama de películas que nos dejan mayormente indiferentes, es algo para agradecer.