El esperado regreso del director de “Titanic” a la ficción llega de la mano de la película más cara de la historia, visualmente intachable, pero previsible en su trama
Por Sebastián Martínez
Algunas películas cargan, inevitablemente, con la cruz de las expectativas desmedidas. Es tanta la información que uno tiene sobre estos filmes antes de su estreno, que la obra en sí, luego, tiende a parecer poca cosa. Son películas que, en cierto modo, terminan siend víctimas de su propia promoción. “Avatar” es un caso emblemático en este sentido. Repasemos algunas de las cosas que ya sabemos de este filme antes de su llegada a los cines.
Para empezar, sabemos que se ha transformado en la película más cara de la historia del cine, con un presupuesto que ronda los 500 millones de dólares. No es un dato menor: esto obliga al trabajo a estar a la altura de las circunstancias y reduce enormemente la capacidad de sorpresa. Cuando uno se sienta en la butaca lo primero que se preguntas es: bueno, a ver, ¿en qué se puede gastar semejante fortuna?
El segundo tema importante es la figura del director y guionista: el señor James Cameron. Un hombre cuya última película de ficción fue nada menos que “Titanic”, que a once años de su estreno sigue siendo la más taquillera de la historia, con una recaudación de 1.845 millones de dólares.
Pero no todo es dinero en el mundo de Cameron. Su historial como director también es alentador: “Terminator”, “Terminator 2”, “El abismo” y la segunda parte de la saga de “Alien” son algunos de los pergaminos que ostenta este creador, famoso por su preciosismo y su neurosis obsesiva.
El asunto es que con todos estos antecedentes y este contexto prometedor, llega “Avatar” a los cines. Y la sensación que uno tiene luego de los 162 minutos de proyección es que la película tiene elementos rescatables, muchos, sobre todo en el aspecto visual, pero tiene un irremediable gusto a poco.
“Avatar” trata sobre un marine parapléjico que llega en su silla de ruedas a Pandora (una luna selvática y habitada), donde una gran corporación industrial y militar pretende realizar tareas de extracción de minerales inmensamente costosos.
La misión específica del protagonista (Sam Worthington) será manejar un “avatar”, es decir un cuerpo extraño, idéntico al de los nativos de Pandora, al que se conecta neurológicamente desde un sarcófago tecnológico. Los científicos que idearon el proyecto quieren conocer más sobre el planeta y sus habitantes. Los militares que conducen la misión quieren infilitrar los “avatar” entre la población local para dominarla y conquistarla.
Primero vamos con lo positivo. La creación, construcción y acabado de ese mundo llamado Pandora es virtuosa y perfeccionista. Cada roca, cada nube, la flora, la fauna y los propios nativos demuestran que los efectos especiales son de lo más avanzado que se ha visto en el cine, aunque tampoco tanto como para ser sorprendentes. Son intachables, pero no significan realmente un salto cualtitativo con respecto a lo que uno ya ha visto (sin ir más lejos en la reciente “2012”).
También hay que decir que Cameron sabe de sobra su oficio. Hay secuencias realmente logradas: ya sea en vertiginosas batallas o en escenas más intimistas. Cameron es, no hay muchas dudas sobre esto, un director de primera línea. Poco se le puede reprochar en este sentido. Y tampoco se puede criticar demasiado al elenco: Worthington, Sigourney Weaver y Zoe Saldana cumplen con lo esperado. Quizás a Giovanni Ribisi, Michelle Rodríguez y Stephen Lang se les podría haber pedido que fueran un poco menos estereotipados, pero tampoco desentonan.
La principal debilidad de “Avatar” es la historia. Es cierto que uno tiende a coincidir con una película destinada a denunciar a un poder económico y militar que invade con el único propósito de llevarse las riquezas del subsuelo sin importar los medios. Sin embargo, la trama para contar esto es previsible, el mensaje demasiado políticamente correcto, burdamente ecologista y antibelicista, con buenos muy buenos y malos muy malos, y una pátina “new age” que aburre un poco.
El de “Avatar” no es, decididamente, el mejor Cameron. Sí el más caro. Pero hay que ver la película para entender porque las expectativas son casi siempre contraproducentes.