El chantaje no representa a la democracia en ningún lugar
Columna de Susana Viau en Crítica de la Argentina
9 de octubre de 2009
El 3 de octubre, una marcha monumental colapsó Roma. Convocaba la Federación de la Prensa y asistieron periodistas de toda Italia. Roberto Saviano dijo entonces que se trataba de “una extraña protesta para un Estado democrático. En Europa nunca había sucedido que la prensa tuviera que manifestarse a favor de la propia libertad”.
Al autor de Gomorra le alcanzó una sola frase para contar qué es lo ocurre con los medios: “Para nosotros, manifestarse o alzarse en favor de la libertad de expresión quiere decir exigir que uno
pueda hacer su trabajo sin ser atacado en el plano personal (...) La responsabilidad requerida a las instituciones no es la misma que debe tener quien escribe y quien, en función de su oficio, formula
preguntas. No se hacen preguntas en nombre de la propia superioridad moral.
Se hacen preguntas en nombre de la propia profesión y de la posibilidad de interrogar a la democracia. Un periodista se representa a sí mismo, un ministro representa a la República (...) Un poder a la vez chantajeable y chantajista no puede representar a una democracia fundada en el Estado de derecho. No es posible someterse a ciertos mecanismos sin que todo el país se vea dañado por ello”. Hasta el representante de La Familia Cristiana, insospechable de marxista, sostuvo que “la legitimación del voto popular no da derecho a colonizar el Estado”. Horas antes, la RAI, la televisión pública sostenida por la publicidad y un canon que pagan todos los ciudadanos, había puesto en pantalla a Patrizia D’Addadario, la escort de lujo que solía meterse entre las sábanas de il Cavaliere. Hubo presiones, pero el programa se emitió, de todos modos.
Berlusconi llamó a la desobediencia fiscal contra la RAI y dijo que pasaba lo que pasaba porque la RAI era una cueva de comunistas y “farabutti”. En algo no le faltaba razón: la emisora es un mosaico ideológico, puesto que es controlada por el parlamento.
¿Es posible esperar hoy que Canal 7 entreviste a Antonini Wilson o a Carlos Collasso, el denunciante de Guillermo Moreno? ¿Es pluralidad informativa la de la agencia Télam con sus continuos despachos sobre las actividades del esposo de la Presidenta? ¿Lo es la de Radio Nacional, donde no hay espacios para disidencias? Nadie podría contestar que sí a estas preguntas sin eonrojarse.
Los mismos periodistas que han visto maltratar redactores y fustigar columnistas desde los atriles de ruedas de prensa de una sola vía, los mismos que saben que los díscolos caen fuera de la pauta oficial, los mismos que temen por sus fuentes de trabajo porque, igual que Berlusconi, el gobierno K acostumbra a “sugerir” a las empresas que no anuncien en medios críticos, han derramado argumentos para apoyar la ley K.
El más escuchado es que la ley vigente nace de la Junta Militar y hace 26 años que nos merecemos democratizarla.
Deberían recordar los colegas jóvenes que no lo vivieron y los viejos que lo olvidan que se trata del producto de una dictadura en retirada y tan modificado como el Código Electoral con el que votan y que –que se sepa– el kirchnerismo no se propone derogar, deberían recordar asimismo que la pluralidad no ha merecido nunca de nuestra parte una demostración como la de los periodistas italianos.
¿Qué nos impidió reforzar masivamente alguno de los proyectos presentados a lo largo de estos zarandeados 26 años?
¿La policía? ¿El miedo? La respuesta más apropiada es “nada”. Por eso tan curioso es lo que hoy se está haciendo en nombre de la libertad de expresión como lo que hemos dejado de hacer por ella.
Ojalá que no sea también trágico.