Un traficante de armas musulmán es investigado por un agente del FBI en este filme ameno, "políticamente correcto" y un poco obvio sobre el terrorismo islámico
Por Sebastián Martínez
Es sabido que desde hace unos diez años el terrorismo, y particularmente el terrorismo islámico, es una de las obsesiones de Hollywood. Si uno revisa la inagotable nómina de películas producidas en los Estados Unidos durante la última década, notará que el intento por comprender y explicar el fundamentalismo musulmán y sus derivaciones ocupa un puesto destacado en los expedientes de los productores y los inversionistas.
En este contexto, llega a los cines "Traidor", la nueva encarnación de esa aproximación (la mayor parte de las veces fallida) que los guionistas y realizadores occidentales vienen realizando para acercarse a un universo simbólico y político, del que por lo general saben más bien poco.
"Traidor" cuenta la historia de Samir, el hijo de un sudanés y una norteamericana que ve a su padre morir dentro de un coche en llamas y que treinta años más tarde se ha transformado en una pieza intrigante dentro del juego del terrorismo, el espionaje y la seguridad planetaria. Traficante de armas, musulmán devoto, hijo del Chicago profundo, Samir es un tipo difícil de definir.
La segunda secuencia del filme lo muestra a Samir ingresando al búnker de un grupo terrorista en Yemen y ofreciendo la venta de explosivos. En la cuarta los propios musulmanes lo acusan de traidor. En la séptima ya será aceptado por la cofradía de terroristas detenidos en una prisión de Medio Oriente. Hay que decir que la presencia del ex comediante Don Cheadle, cada día más sólido en sus papeles dramáticos, hace más llevadera toda la cuestión.
Del otro lado del mostrador, encontramos a Roy Clayton, un agente del FBI, hijo de un pastor protestante y especializado en estudios árabes, al que se le ha metido en la cabeza que comprender a Samir es clave para prevenir atentados terroristas. Su cara es la del inexpresivo Guy Pearce, que viene a ser siempre la misma película tras película, pero que tiene la habilidad de no desentonar, sea cual sea su personaje.
Saber si Samir es o no un traidor y, en todo caso, a quién o a qué traiciona, será el "leiv motiv" de esta película correcta. Y decimos correcta, o más bien apenas correcta, en más de un sentido. Porque el mensaje más o menos explícito de este filme será ratificar que el mundo es complejo y, más específicamente, enseñarle a los espectadores que el bien y el mal están repartidos por el mundo entero en partes equitativas.
Es decir: "Traidor" se ocupa de recordarnos que hay musulmanes fanáticos, que hay occidentales fanáticos, que la brutalidad y la radicalización campean en todas las religiones, que la ética es un valor universal y que sus transgresiones se pueden apoyar en todas las causas.
Por eso decimos que se trata de una película correcta, o para decirlo con toda claridad, "políticamente correcta". Por un lado, se propone explicar mínimamente las causas del terrorismo, por otro, mostrarle al mundo que el Islam no es una religión violenta, y al mismo tiempo, también rescatar los valores humanos que encontramos dentro de la burocracia de la seguridad nacional de los Estados Unidos.
En resumen, todos contentos. En esta película, a la que hay que reconocerle cierta tensión y dinamismo, sólo serán condenados los promotores de la violencia, cualquiera sea su bando. Y nadie podría cuestionarle eso. A lo que no se anima "Traidor" (como sí lo ha hecho, por ejemplo, "Syriana" o "Farenheit 9/11") es a meterse de lleno en el redituable círculo financiero que rodea tanto el aparataje del fundamentalismo islámico como el aparataje del fundamentalismo de la seguridad nacional norteamericana. Es decir que, a menos que uno pertenezca a una de esas poderosas pero minoritarias facciones, no nos cuenta nada que no sepamos. Verla es más o menos entretenido, pero esencialmente inócuo.