Una extraña comedia romántica sobre un joven y una chica, amigos de toda la vida, que quieren resolver sus problemas de dinero filmando su propia película porno
Ya hemos dicho en muchas oportunidades que la comedia romántica es uno de los géneros predilectos del Hollywood de los últimos años. Y la abundancia de filmes sobre parejas que se conocen, se pelean, se enamoran y terminan juntos ha llevado a los guionistas y productores a buscar nuevas vueltas de tuerca que justifiquen el dinero invertido.
En esta línea, además de los más tradicionales exponentes del género, hemos visto apuestas un poquito más innovadoras que, por ejemplo, empiezan con el enamoramiento y terminan con la ruptura (“Viviendo con mi ex”), o que giran en torno a una relación nunca consumada (“Perdidos en Tokio”), o que presentan relaciones múltiples sin idilios (“Realmente amor”), y algunas más que se podrían seguir mencionando.
Ahora es el turno de “Zack y Miri hacen una porno”. Y, sin dudas, el suyo es un caso atípico dentro de la institución de las comedias románticas llegadas desde Hollywood y, al mismo tiempo, un producto sin demasiado que aportarle al cine en general.
Vamos a tratar de explicar esto con fundamentos. Si uno imagina una película en la que un joven y una chica son amigos de toda la vida y un día descubren súbitamente que están enamorados el uno del otro, el argumento nos parecerá familiar. De hecho, hemos visto ese argumento una decena de veces, la mejor de las cuales seguramente fue al descubrir “Cuando Harry conoció a Sally”.
La historia básica de “Zack y Miri hacen una porno” no es muy distinta de ésta. Pero, claro, tiene ingredientes que la hacen un tanto particular. La historia protagonizada por Seth Rogen y Elizabeth Banks presenta a dos amigos que se conocen desde la escuela primaria, que viven juntos (aunque en habitaciones separadas) y que han compartido casi todo, excepto, por supuesto, la cama.
El asunto es que su situación económica en la helada Pittsburg comienza a caer en picada. Un día dejan de pagar el alquiler, otro día la cuenta de luz, al siguiente las facturas del agua… De modo tal que, de a poco, descubren que viven en un difícil estado de quiebra financiera. Y, lo peor de todo, es que ninguno puede decir claramente que se haya realizado a otro nivel. Tienen trabajos más bien insoportables, no tienen parejas estables y, básicamente, no saben qué hacer de sus vidas.
Será entonces que, tras un encuentro fortuito con un especialista en el tema, Zacharias tendrá una idea: para revertir el ruinoso rumbo de sus finanzas, él y Miriam podrían rodar una película porno. La película, por supuesto, los tendrá a ellos como protagonistas. Y esa aproximación bizarra hacia su primer contacto sexual será, en definitiva, el motor de “Zack y Miri hacen una porno”.
No tiene sentido seguir contando la trama. Pero sí reconocerle a esta extraña película algunas cualidades contradictorias. Se trata, por un lado, de un trabajo atípico y con una pizca de audacia en uno de los terrenos más trillados del cine estadounidense. Es decir: no es común que el cine comercial mezcle el amor y la pornografía, y menos común aun que lo haga en una película que incluye un par de desnudos frontales masculinos y femeninos, varios desnudos parciales y algunas escenas que parodian en porno soft.
En ese sentido, habrá que decir que se trata de un producto fuera de lo común. Pero, por otra parte, en el fondo, “Zack y Miri hacen una porno” no deja de ser una película convencional, con ideas y estructuras que hemos visto hasta el cansancio, algunas pocas réplicas graciosas, alguna escena escatológica bastante desagradable, un guión con dos o tres inconsistencias graves y, a pesar de todo, bastante ternura.
En definitiva, es difícil terminar de hacerse un juicio sobre este filme. Tiene destellos de buen humor, pero no es realmente graciosa. Es audaz en algunas de sus decisiones, pero convencional en su planteo de fondo. Es tierna y está bien actuada (al menos por sus protagonistas), pero es bastante previsible. A fin de cuentas, vale la pena verla sólo para pensar luego en sus ambigüedades.