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Cada vez más gente asiste a comedores comunitarios
Las voluntarias deben lidiar con aumentos de precios y más demanda. Reclaman más ayuda oficial y adquirir los productos a los valores que informa el INDEC
8 de agosto de 2009
Los Piletones es uno de los comedores que padecen necesidades y que han visto aumentar dramáticamente el nivel de concurrencia.

"Desde hace cuatro meses, la situación se complicó. Decayeron las donaciones y se sumaron 200 personas más para comer cada día. Al mediodía estamos dándoles de comer a más de 580 personas", dijo Margarita Barrientos, coordinadora del comedor, situado en el barrio porteño de Villa Soldati y uno de los más conocidos.

Barrientos cuenta: "Hay familias que empiezan a hacer cola a las diez de la mañana para poder comer al mediodía".

Sostuvo que "el incremento significativo de gente en el comedor se debe al aumento de los precios de los alimentos".

Susana Melgarejo también cree que el costo de los alimentos ha motivado ese aumento. "Nosotros hacemos malabarismos para conseguir la comida. Todos los días gasto 170 pesos en carne, una barbaridad para nuestras posibilidades", explica.

Tanto Susana como Margarita esperan que la buena voluntad de la gente ayude a paliar las necesidades de los comedores, que principalmente son alimentos y ropa de abrigo. Para realizar donaciones al comedor Los Piletones, hay que comunicarse con los teléfonos 4919-1049 y 4919-1333. Para ayudar al comedor Las Voluntarias de María, hay que llamar al 4455-0012 o al 15-5301-3328.

"Yo le hice una promesa a Dios: le dije que, si me sacaba de la villa, iba a ayudar a los que tuvieran hambre".

Emocionada, Melgarejo cuenta por qué se decidió, hace siete años, a crear el comedor Las Voluntarias de María, situado en la calle Berón de Astrada, en el barrio Trujui, del partido de San Miguel.

Junto a su marido, Santos, y sus cuatro hijos, Susana trabaja en el comedor, que de lunes a viernes se encarga de alimentar a 190 chicos y a 50 adultos. Dicen que las cuentas nunca cierran, que las donaciones escasean, que los desnutridos aumentan y que los dirigentes políticos nunca aparecen para ayudar.

La historia del comedor de Trujui es tan sólo uno los ejemplos de la pobreza que sufre la Argentina. Anteayer, el papa Benedicto XVI y el arzobispo de Buenos Aires y presidente del Episcopado, cardenal Jorge Bergoglio, advirtieron sobre la necesidad de "reducir el escándalo de la pobreza y la inequidad social" en el país.

Susana vivió en Villa Soldati, sufrió hambre y frío, y asegura que no quiere que otros sientan el dolor que ella sintió. En el patio de su casa instaló unas mesas donde todas las tardes los chicos se acomodan para recibir una taza de leche y un alfajor. La mayoría lleva poco abrigo; algunos muestran una flacura y ojeras que denotan la insuficiente nutrición.

"A mi comedor vienen muchos chicos y grandes desnutridos. Casi todos son del barrio Mitre. Los alimentamos con guiso de carne y verduras, al mediodía, y a la tarde les damos leche. Muchas veces no nos alcanza para todos. Anteayer, ocho familias se quedaron sin comer", dijo a LA NACION Susana.

Amalia Benegas, colaboradora del comedor, sabe lo que se siente por sufrir a causa de la desnutrición. "Llegué a pesar 35 kilos. Me internaron y de a poco me estoy recuperando. Pero hay muchas secuelas en mi cuerpo. Me duelen los huesos y hay veces que me cuesta pensar", dice, sin poder contener las lágrimas.

Al comedor Las Voluntarias de María asisten personas de todas las edades. "Yo sé dónde vive cada uno de los que vienen, y me preocupo por su salud. Ahora, un gran problema lo tienen los diabéticos, porque ya no hay quien se encargue de ellos en nuestra salita", dice Melgarejo.

No sólo la falta de alimentos es un problema en el comedor. Los problemas de salud causados por las pésimas condiciones de las viviendas parecen comunes entre los habitantes.

"Por la humedad y el frío, está lleno de gente con asma, problemas bronquiales y neumonía. Cada vez que llueve se inundan las calles y las casas", cuenta Graciela Martínez, de 38 años, madre de ocho hijos.

"Cartoneamos para vivir. Mi marido y yo ganamos 150 pesos por mes. Gracias al comedor, tenemos alimento diario. Necesitamos un trabajo digno, pero no lo conseguimos", cuenta angustiada.