Dulce y respetuosa, la película protagonizada por Christina Ricci y James McAvoy gira en torno a hechizos, amores redentores y una chica con nariz de chancho
No es tarea sencilla, a esta altura del partido, contar un viejo cuento de hadas sin caer en el infantilismo, la ñoñería y el empalago. Por eso es meritorio el trabajo de los creadores y artífices de "Penélope", una película que no derrapa en sus intenciones de presentarse como una dulce y agradable historia sobre hechizos, malformaciones y verdadero amor.
El planteo del filme ya lo hemos visto (y leído) mil veces. Una chica de gran fortuna vive desde hace años recluida en su mansión. Y es que sobre ella pesa una terrible maldición: tendrá nariz de chancho hasta tanto encuentre su verdadero amor. Aunque, claro, el hocico porcino y la enorme herencia son claros obstáculos para hallar al hombre de sus sueños.
Cada tanto, sus padres la instan a abrir las puertas de su habitación y a recibir a posibles pretendientes. La fila de postulantes es larguísima, pero sólo debido a la fortuna que le corresponderá a quien quiera desposarla. No obstante, cada vez que ella revela su nariz de cerdo, los pretendientes salen horrorizados de la casa. Hasta que un día...
En fin, hay que dejar de contar la trama en este punto para no quitarle toda la gracia a la película. Lo que sí hay que aclarar, y aún no lo hemos hecho, es que la historia, que tiene sus claras reminiscencias medievales y su impronta de cuento infantil, transcurre en el más actual de los mundos británicos, llenos de pubs que venden cerveza, medios masivos que buscan el escándalo y problemas económicos.
Es decir, un cuento de hadas del siglo XXI. Pero sin las insoportables dosis de edulcorante que Hollywood (y en especial Disney) le adhieren a este tipo de tramas. Sin golpes de efecto, sin estridencias, "Penélope" tiene ese irresistible toque británico, que no nos arranca carcajadas, pero nos mantiene con una sonrisa perenne durante toda la proyección.
Varios párrafos aparte merecería el elenco. Pero limitémonos a decir que Christina Ricci vuelve a iluminar la pantalla como no lo hacía, tal vez, desde "La leyenda del jinete sin cabeza" o "La vida y todo lo demás". Hay algo del orden mágico en Ricci, que le permite brillar, sin ser una actriz de una belleza evidente. Será el talento nomás.
Otro que demuestra su versatilidad es el protagonista masculino, James McAvoy, quien cae parado en cuanto desafío le propongan. Resiste el papel de fauno en "Las crónicas de Narnia", sorprende como héroe de acción en "Buscado", se luce como médico extranjero en "El último rey de Escocia" y así los roles siguen pasando y McAvoy va despuntando como un actor a tener muy presente. Su protagónico en "Penélope" no es la excepción.
En torno a la pareja principal, aportan lo suyo la probadísima Reese Witherspoon (que además produjo la película), la eficiente Catherine Ohara y el enorme Peter Dinklage.
El resultado de esta sumatoria de individualidades (como dirían los comentaristas futboleros) es una película que nos hace sentir a gusto con el cine. El respeto de "Penélope" por el espectador no juega un papel menor aquí. Al terminar el filme, uno siente que no fue manipulado, que los guionistas no abusaron de nuestro candor, que después de todo era posible hacer una película sobre maldiciones mágicas y romances redentores sin tomarnos por tontos ni apelar al efectismo constante. Eso, ese respeto por el que está sentado en la butaca, no es algo que se vea todos los días. Habrá que aprovecharlo.