Un llamado para hablar con nadie
Por Joaquín Morales Solá para LA NACION
14 de julio de 2009
El diálogo político nació moribundo, casi desahuciado. No ha fracasado la gimnasia de conversar (que no sería mala si fuera auténtica), sino la estrategia de crear fuegos artificiales en el escenario mientras las cosas importantes se deciden en otros ámbitos. También naufragó el modo poco sutil y menos elegante de hacer ese diálogo: llamar a 50 partidos, como llamó el Gobierno, es lo más parecido a no llamar a nadie.
El radicalismo, la Coalición Cívica y Francisco de Narváez anticiparon que no hablarán con Florencio Randazzo en las condiciones que éste planteó ayer. Si terminaran no yendo a la Casa de Gobierno la coalición que empató con el oficialismo las elecciones nacionales y el candidato que le ganó a Néstor Kirchner en la crucial Buenos Aires, ¿con quién dialogará el ministro del Interior? La estrategia de cambiar los ejes de la discusión pública, para pasarla de las decisiones sobre las políticas fundamentales a un mero teatro de lo políticamente correcto, estaba ayer más cerca de la derrota que de cualquier otra cosa.
Sucede que los formidables fuegos artificiales imaginados por Néstor Kirchner se parecen cada vez más a la fugitiva luz de un fósforo. El reciente fracaso electoral puede ser una de las razones de tanto traspié. No es la única, sin embargo. El centro del problema sigue siendo un gobierno que sólo busca ganar tiempo para volver a ser lo mismo que fue.
Ayer, después de cinco días de debates sobre el destino de Guillermo Moreno y del Indec, las noticias eran muy desalentadoras. El polémico supersecretario de Comercio Interior se pavoneaba por las alfombras más encumbradas del poder y seguía moviendo y removiendo la principal agencia de estadísticas del Estado, el Indec. El nombramiento de un incondicional suyo en una dirección estratégica del Indec se publicó en el Boletín Oficial.
En ese paisaje, ¿para qué serviría el diálogo? ¿Con quiénes se haría? El Gobierno parceló la oferta, como Kirchner hizo siempre, desde que tiene uso de razón presidencial. El ex presidente nunca trató de convencer a sus adversarios, sino de dividirlos. Ayer hizo llamar a industriales, comerciantes y sindicalistas para hablar del núcleo duro de las políticas oficiales: la economía y los conflictos sociales. Esos temas son más fáciles de debatir con los que carecen de recursos institucionales para frenar o para cambiar las decisiones de los funcionarios.
Por otro lado, autorizó a Randazzo para que éste invitara, no sin cierto desgano, a los partidos con representación parlamentaria para discutir sólo la reforma electoral. Las internas abiertas, la boleta única y la financiación de los partidos políticos son cuestiones fundamentales de la democracia, postergadas durante demasiado tiempo por el propio Kirchner.
Pero ¿es éste el momento de hablar de esas cosas? ¿Es éste el instante justo, cuando la sociedad está angustiada por el derrumbe de la economía, por la tenaz inflación, por la escasez de oferta laboral y, en todo caso, por la expansión de la gripe A? ¿Qué dirían de sus dirigentes vastos sectores sociales, que reclamaron necesarios cambios hace sólo quince días, si aquéllos aparecieran entretenidos con las cosas de la política? "Nadie, durante dos meses de campaña electoral, me pidió que me ocupara con urgencia de cuestiones electorales", remachó ayer el jefe del bloque de senadores radicales, Ernesto Sanz.
"Estaré sólo cuando hagan cosas más serias", disparó Elisa Carrió. "El diálogo debe darse en el Congreso y no en otra parte", sacudió De Narváez. Ni siquiera la escenografía del diálogo oficial los convenció o, lo que es peor, fue lo que más los alejó de cualquier posición dialoguista. Cincuenta partidos en total y diez por tanda les pareció el bosquejo de una asamblea universitaria en la que sólo es previsible un ensordecedor griterío. Una estudiantina, en fin, para resolver los graves problemas de un gobierno ciertamente débil.
Kirchner quiere ganar tiempo sin resignar nada. Del núcleo duro de la conversación, que son las políticas económicas y sociales, segregó a los partidos políticos y a los dirigentes agropecuarios. Pero ellos son los únicos triunfadores de procesos electorales o políticos que están en condiciones de decirle que no.
Amigos
Fueron invitados, en cambio, los amigos o los inofensivos. Hugo Moyano es más aliado aún de Kirchner desde que éste le entregó el manejo de los cuantiosos recursos de las obras sociales y el control de Aerolíneas Argentinas. Lo sigue ayudando: la invitación al diálogo podría ser usada por Moyano para conjurar los embates de sus poderosos enemigos internos en la CGT.
A su vez, industriales y comerciantes carecen de cobertura social o institucional como para hacer prevalecer sus criterios sobre los criterios del oficialismo. Ese diálogo será siempre sólo una notificación de decisiones ya tomadas por el Gobierno.
¿La política no tiene nada qué decir sobre los problemas económicos y sociales? ¿No fueron políticos los elegidos hace poco más de dos semanas por mayorías sociales que votaron contra el Gobierno? Una opinión que comenzaba a prevalecer ayer entre los opositores no peronistas era fijarle al Gobierno un plazo y un temario para acordar en el Congreso. "Cinco o seis leyes, en un plazo de 40 días, para decidir sobre la economía y las cuestiones sociales", explicó un exponente de la alianza entre el radicalismo, la Coalición Cívica, el socialismo y el cobismo. El Gobierno debería estar en la cocina de esas cosas, sostienen, pero en el Congreso.
Ayer, después del fin de semana largo, no fue un buen día para los que gobiernan. Debieron exhibir la decisión fáctica de los Kirchner en El Calafate: la confirmación de Moreno y de su poderío sobre el destruido Indec. Luego, se toparon con la peor noticia que le pueda pasar a la política de un gobierno frágil: que sus principales adversarios le rechacen un convite para conversar, aunque fuere de naderías. La política es más precisa que la labranza: cada uno cosecha lo que ha sembrado.