Por Mario ya nadie se pregunta por qué cantamos
En sus 88 años, Benedetti demostró su amor por la vida y el compromiso de las ideas. Poesía, prosa y exilio. Logros, dolor y regresos. Una vida romántica
17 de mayo de 2009
Por Roberto Aguirre Blanco
Desde su poesía enseñó que cantar es para no gritar, porque sintió que nunca es bastante y ayudó a pensar que es necesario creer en la gente para poder vencer la derrota de las desigualdades.
Mario Benedetti nació un 14 de septiembre de 1920 en el corazón uruguayo de Tacuarembó y como casi todos los orientales debió emigrar a Montevideo para poder crecer en una vida de lucha y sacrificio.
De joven supo que su amor por las letras descubiertas en la lectura de la poesía de Baldomero Fernández Moreno necesitaba de un trabajo “normal” para sostener el sueño de querer ser escritor, un deseo que llegó luego de gastarse sus pocos pesos en compras compulsivas de libros que devoraba en las plazas montevideanas.
Lejos estarían aún los tiempos de reconocimiento, del descubrimiento de la revolución necesaria de Cuba y el cambio que obró en toda una generación, del éxito de su novela emblemática como “la Tregua”, que en 1960 lo ubicó como uno de los escritores mas interesantes de su generación en Latinoamérica.
Mucho antes del exilio más doloroso, del sueño perdido de una generación que debió convertirse en un eterno viajante para encontrar un lugar prestado en el mundo que permitiese volver a creer en la vida por sobre las vientos de muerte que azolaron a Uruguay, hubo otra vida o la misma.
Benedetti fue un empleado ejemplar en la capital uruguaya y luego cruzó el charco para conocer Buenos Aires y buscar otros trabajos que le daban apenas para vivir en los años del nacimiento del peronismo.
La plaza San Martín fue el lugar favorito para leer los libros que consumía como el pan tras adquirilos en las librerías de la avenida Corrientes, pero lejos del sueño del autor de poemas y novelas, a Mario le quedó pendiente un nuevo regreso a Montevideo y alcanzar el gran sueño “charrúa”: ser empleado público.
Con la vida resuelta desde la estructura social de ese país, aumentó su afán por escribir y así llegó su primer libro de poemas, muy influenciado por Fernández Moreno, “Esa mañana” que tuvo como dedicatoria a su gran amor, su esposa, Luz López.
Esa mujer no se conmovió cuando el joven poeta le dedicó decenas de poemas que nunca respondió, sin embargo el amor despertó cuando Benedetti enfermó de Tifus y estuvo internado en 1947 más de tres meses.
En una cama de hospital Luz lo besó y le juró el amor eterno que se materializó en un casamiento fugaz y se mantuvo por más de 50 años.
A mediados de la década del cincuenta la consagración llegará con el libro “Los poemas de la oficina” que le permitieron retratar la vida con una mirada tierna y comprometida y a la vez despegarse definitivamente de los libros contables y los trámites administrativos.
En 1960, la novela costumbrista “La Tregua”, la historia de amor de un hombre viudo y una joven compañera de oficina que termina con una tragedia reelanza su carrera y lo convierte en un referente de la literatura latinoamericana que se potenció en los maravillosos años sesenta.
Su compromiso social y humano lo ubican como uno integrantes fundadores del Frente Amplio, la fuerza política de izquierda que tuvo la paciencia y la lucha de esperar 40 años para llegar la poder en Uruguay.
Los sucesivos golpes de Estado lo llevaron a ser un vagabundo en países que lo amaban como Argentina, España, México y Cuba, que le proponían el amor que necesitaba pero potenciaba a la vez el perfume tan sensible que añoraba de su querida Montevideo.
En 1983 regresó, un año después la Democracia también llegó a Uruguay, y el escritor ganador de cientos de premios, reconocido por la Casa de las América y el Cervantes, recuperó su calida sonrisa de hombre libre y sin mochilas prestadas.
La vejez le llegará con el reconocimiento y la paz de años de lucha, de espectáculos compartidos (inolvidable una serie de conciertos con Daniel Viglietti retratados en un disco imperdible), los años fueron pasando y el artista gozó del reposo del guerrero.
Su verso sensible es enseñanza eterna, dejarlo partir es parte de la rueda de la misma vida, su obra acompaña con el mismo compromiso y la emoción lacerante en sus seguidores en toda Hispanoamérica.
El hombre, el escritor comprometido, el eterno viajante forzado supo contar como nadie esta vida:
“Vuelvo, quiero creer que estoy volviendo, con mi peor y mi mejor historia, conozco este camino de memoria, pero igual me sorprendo”.