Su vida la dedicó a la política, su pasión. Un cuarto de siglo atrás se convirtió en el primer presidente de esta nueva etapa democrática
Por Roberto Aguirre Blanco
“Con la democracia se come, se educa y se cura”, una de sus definiciones más escuchadas, la bandera que intentó llevar adelante el gobierno que alcanzó el triunfo electoral en las elecciones del 30 de octubre de 1983 y dio fin a siete años de de Dictadura militar.
El hombre que llegó en la década del cincuenta a un cargo público y que tres décadas después lo terminó depositando en la primera magistratura en un momento histórico de la vida nacional, fue un defensor de causas totalmente democráticas.
Convertido en jefe de Estado no traicionó sus ideas y sus luchas y fue impulsor de la investigación de la violación de los derechos humanos por parte de la Dictadura militar en una iniciativa que llevó al banquillo de los acusados de la justicia Federal a los ex integrantes de las Juntas militares.
Alfonsín, el militante, el hombre que abrazó una idea dentro de la Unión Cívica Radical, se enfrentó en propuestas políticas con un líder natural de la UCR, Ricardo Balbín, con quién perdió la interna del partido de cara a las elecciones de 1973.
Supo esperar su tiempo, y este tiempo llegó una década después en un momento difícil de la historia argentina, y se puso al frente de los primeros caminos de la nueva Democracia, que lo tuvo en jaque durante muchos momentos de sus seis años de gobierno.
Le puso el pecho a las balas y a las asonadas militares, buscó salidas económicas en una etapa de gran presión de las finanzas por una deuda externa muy fuerte que acosaba a la Argentina.
Logró una paz histórica con Chile y resolvió el diferendo por el Beagle además de impulsar junto a Brasil una alianza estratégica clave que terminaría años después en la creación del Mercosur.
Enfrentó con dignidad la caída de su gobierno, los procesos hiperinflacionarios y entregó el poder anticipadamente a Carlos Menem en la búsqueda de pacificar el país.
Cuando dejó el gobierno no se retiró a una jubilación segura, sino que siguió como referente del centenario partido y hombre de referencia de sus pares.
En el momento de mayor popularidad del gobierno de Menem (1993) acordó un acuerdo político, llamado “pacto de Olivos”, que le sirvió al riojano para habilitar una reforma constitucional que abrió la posibilidad de una reelección presidencial.
Recibió por este hecho muchas críticas y su imagen pareció apagarse junto al a la caída del radicalismo en los actos comiciales. En ese momento movió las fichas para generar en 1997 la Alianza con el Frepaso que ganó una importante elección legislativa en ese año y las presidenciales de 1999.
En los caminos de llevar el apoyo al candidato de esa fuerza, Fernando de la Rúa, sufrió un grave accidente en Neuquén que lo puso al borde de la muerte.
Se recuperó y agotó sus últimos cartuchos al ingresar como senador en el Congreso nacional en 2001, una banca que mantuvo durante un año para dejar definitivamente los cargos públicos.
No se pudo despegar de la política y siguió como referente de sus pares y del partido que abrazó desde muy joven y mientras su imagen se engrandeció con los años, su enfermedad lo fue alejando definitivamente de los primeros planos.
Hoy, ya se estudia en los manuales de colegio, allí está como un referente de este proceso tan sano como es la Democracia, y seguramente ese fue su mayor premio, el que habrá sentido en sus últimos momentos, haber cumplido en su vida: ser un hombre simple, honesto que quería servir a su pueblo.
La Democracia lo llora doctor Alfonsín.