Remanido y emocionante al mismo tiempo, este filme sobre un veterano de la lucha libre muestra al mejor Mickey Rourke de todos los tiempos y a la infalible Marisa Tomei
Por Sebastián Martínez
Muchas veces cuesta diseccionar una película y analizarla parte a parte, diferenciando lo que nos ha gustado de aquello que preferimos olvidar. Esto puede pasar con una buena película o con una mala película. Es indistinto. El hecho es que se trata de filmes que nos dejan fascinados pero no podemos detectar qué es lo que nos ha maravillado. O bien de obras que nos decepcionan pero no podemos encontrar dónde está exactamente la falla.
Bueno, con "El luchador" pasa todo lo contrario. Luego de verla, somos perfectamente capaces de saber qué fue aquello que logró emocionarnos, aquello que la transforma en una película conmovedora, y también somos perfectamente capaces de saber qué es lo que nos molesta, dónde está punto en que el filme se vuelve completamente convencional. Porque si hay algo que decir sobre "El luchador" es eso: es un filme conmovedor y, al mismo tiempo, tremendamente convencional.
Pero antes de proceder a la autopsia de la película, veamos de qué se trata. "El luchador" gira en torno a la figura de Randy "The Ram" Robinson, un ex profesional de la lucha libre que brilló como nadie sobre los rings de esa extraña forma del entretenimiento durante la década del 80 y que, dos décadas más tarde, se encuentra en el ocaso de su carrera.
Un pantallazo de la vida de "The Ram": vive sólo en una suerte de trailer cuyo alquiler no puede pagar; su única hija lo odia y, de hecho, no la ve hace varios años; la única mujer que le presta cierta atención es una stripper a la que debe pagar como cualquier otro "cliente". En definitiva, lo único que tiene en firme es la lucha libre, donde (pese a sus años) sigue siendo venerado y donde su lugar parece garantizado.
Es sólo por la lucha libre que "The Ram" se despierta cada mañana, se tiñe su larga cabellera, se broncea en camas solares, levanta pesas, se inyecta litros de analgésicos para no sentir el dolor. En fin, que la lucha libre es todo lo que tiene. Pero, pronto, ni eso quedará en pie.
Digamos que hasta ahí es posible adelantar la trama. Y ése el primer (y quizás el único) punto flaco de esta película del director Darren Aronofsky ("Pi", "Requiem para un sueño"): la trama. Porque cualquiera que haga un poco de memoria, recordará haber visto ese argumento reproducido con algunas pocas variantes en al menos media docena de películas.
Por sólo mencionar dos que aplican el modelo argumental al deporte, recordemos la genial "Toro salvaje" y la reciente "Rocky Balboa". El tema del regreso del veterano que prefiere terminar su vida haciendo lo que mejor hace en lugar de dejarse morir lo hemos visto en tantas versiones, que pareciera que ya no puede sorprendernos.
Para colmo, "El luchador" cae más o menos en todos los tópicos y lugares comunes de la cultura "white trash" de los Estados Unidos: la lucha libre, la stripper, la cerveza, los anabólicos, el nacionalismo, los videojuegos, el hard rock de los 80. Es decir, todo aquello que uno relaciona con las clases populares de la Norteamérica profunda.
Y, sin embargo, lo sorprendente es que "El luchador" logra sobreponerse a todo eso para conmovernos. ¿Cómo lo logra? Para empezar hay que reconocerle a Aronofsky buen tino en la realización (en el manejo de la cámara y en el diseño de arte). Pero más allá de los tecnicismos, habrá que hablar de ellos, de los protagonistas.
Primero digamos que Marisa Tomei sigue deslumbrando, haga lo que haga. Llegará el día en que los cinéfilos del mundo le rendirán un homenaje a Tomei por todo lo que está dando, pese a estar prácticamente fuera del star system de Hollywood.
Y, por último, dediquemos unas líneas al hombre de la película. Al centro gravitatorio que transforma esta película del montón en un filme memorable: el inasible Mickey Rourke. Un sujeto que no siempre actúa bien, un tipo que desbarrancó, un actor destinado a transformarse en un "caso perdido" y que, a los 56 años, ha logrado el mejor de sus trabajos.
Si Rourke no fuese "The Ram", si Tomei no fuese la stripper, seguramente "El luchador" no pasaría de ser otra película sobre el regreso del ídolo en el ocaso de su carrera. Ellos dos (y la habilidad de Aronofsky para no ocultarlos detrás del artificio) hacen de la convencional "El luchador" un filme conmovedor.