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3 de diciembre de 2024
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"El día que la Tierra se detuvo": Fabio Zerpa tiene razón...
La remake del filme de 1951 aporta mucho despliegue visual y poco carisma. La encantadora Jennifer Connelly y el hierático Keanu Reeves, los protagonistas
31 de diciembre de 2008
Por Sebastián Martínez

Las películas de ciencia ficción tuvieron su apogeo allá por la década del 50, cuando la Guerra Fría iniciaba su agotador camino y los Estados Unidos se obsesionaban con la posibilidad de una invasión. En esas épocas la analogía era clarísima: los extraterrestres representaban al comunismo triunfante en el Este de Europa y la raza humana encontraba su refugio en la imaginación de Hollywood.

Fue en ese contexto, en 1951, que una película en particular cobró fama: "El día que la Tierra se detuvo". Su mensaje pacifista y la imagen de un inmenso robot emergiendo de una nave espacial y destrozando todo a su paso bastó para transformarla en un clásico de este género, que en esos días recibía fondos de Washington por su "aporte" en la lucha contra el "peligro rojo".

Más de medio siglo ha pasado desde entonces y el bloque socialista ha dejado de ser una amenaza para el capitalismo global. Sin embargo, "El día que la Tierra se detuvo" vuelve por sus fueros a reclamar su lugar en el imaginario del siglo XXI. Claro que ya nada es igual.

Para empezar, ahora los presupuestos de este tipo de películas (antiguamente llamadas Clase B) son astronómicos y financian una abigarrada multiplicación de efectos especiales generados por ordenador. No obstante, las ingentes cantidades de dinero destinadas a la producción de filmes como éste no garantizan necesariamente que el producto final sea atractivo.

En su nueva versión, "El día que la Tierra se detuvo" comienza en 1928 en alguna remota región del Himalaya indio, donde Keanu Reeves practica el solitario montañismo, hasta que se encuentra con una brillante esfera inexplicable: una esfera de otro mundo. Pero inmediatamente, la acción regresa al presente, donde cuerpos similares caen desde el espacio exterior sobre el planeta, privilegiando (como es de suponer) la ciudad de Nueva York.

Allí comenzarán las preguntas de rigor para una película de ciencia ficción con platillos voladores o sucedáneos: ¿son los extraterrestres buenos o malos?, ¿vienen a invadirnos o a conocernos?, ¿debemos atacarlos o tratar de dialogar con ellos? Lo cierto es que desde las gigantescas esferas del más allá sólo bajan dos criaturas: un sujeto con el cuerpo de Keanu Reeves y un robot enorme, inspirado en aquél que cautivó a la audiencia en el filme de 1951.

El robot se limitará a reestablecer el "orden" cuando detecte alguna señal de violencia. En cambio, el extraterrestre con el rostro del protagonista de "Matrix" tiene, a todas luces, un cometido más trascendente, una misión que engloba al planeta entero. Tratar de averiguar de qué se trata esa misión será el propósito de la científica interpretada por Jennifer Connelly, quien deberá lidiar con los extraterrestres y también con el hijo de su esposo muerto, quien viene haciéndole la vida un poco difícil.

Hasta allí podemos avanzar con el argumento. De las actuaciones no hay mucho que decir. Reeves ha hecho de su falta de expresividad una marca registrada y aquí se siente a gusto para explotarla. Connelly nunca está del todo mal, pero tampoco puede decirse que éste sea uno de sus mejores trabajos. También están Kathy Bates (correcta), el pequeño Jaden Smith (un poco insufrible) y el británico John Cleese (fugaz y solvente), pero lo cierto es que ninguna de las apariciones en pantalla llega a seducir.

Quizás ése sea el problema de toda la película: carece de todo encanto, de todo carisma, prácticamente de todo interés. La poca gracia del filme radica en que el comunismo soviético fue reemplazado en el guión por la rapacidad del ser humano para con su propio planeta. El resto es previsible. No malo, no desprolijo. Pero sí previsible, intrascendente, para mirar de costado mientras se hace alguna otra cosa realmente importante.