Desde hace tres décadas Argentina pelea por levantar un trofeo que merece por historia. Las causas de un mal que nos acompaña. ¿Fue la última oportunidad?
Por Roberto Aguirre Blanco
Fueron tres finales perdidas, dos generaciones de grandes tenistas y similares problemas de divismo y convivencia.
Desde 1977 a la fecha, Argentina siempre estuvo como un gran protagonista de este trofeo y también, cuando pareció acariciarla, se le escabulló de las manos.
En 1980, cuando el equipo nacional ya contaba con dos jugadores de elite como Guillermo Vilas y José Luis Clerc, y jugaba una semifinal clave en Buenos Aires ante Checoslovaquia, los integrantes del plantel se pelearon mediáticamente con los directivos de la Asociación Argentina de Tenis.
Solicitadas en los diarios, acusaciones de “querer robar el dinero de la AAT” por un lado y reclamo de mayor participación en las ganancias por el otro.
Como resultado, una serie donde el clima tenso se trasladó a la cancha y Argentina quedó eliminada con una virtual final en casa a la vista, que no fue.
Un año después se llegó a la primera final, jugada en Estados Unidos, y que se perdió 3 a 1, con Clerc y Vilas como dos top ten, quienes durante toda la temporada de Copa Davis de cinco series jugadas no se hablaron por celos profesionales.
Está claro que este trofeo en un marco de un deporte tan individualista se gana de dos maneras: con jugadores de primer nivel que garanticen obtener sus puntos por separado o un verdadero equipo sin divismo y con un objetivo: sumar desde las dificultades e inferioridades.
Dos décadas después, ya en el nuevo siglo, una nueva generación de tenistas, hijos de los padres de las grandes hazañas, volvió al grupo Mundial y alcanzó momentos memorables, pero sin sumar el nombre en la base del trofeo.
En la semifinales de 2003, ante España, se volvieron a dibujar acciones de jugadores peleados entre ellos y de poca actitud a la hora jugar puntos clave, y en 2006 se llegó a la segunda final que se perdió poniendo actitud, para caer ante Rusia 3 a 2 en Moscú.
“Esta es la gran oportunidad”, dijo el experimentado Vilas en estos últimos días, la misma voz autorizada que sintió en 1980 que “está oportunidad no volverá a repetirse” para su generación y no se equivocó.
Jugar todo el año de local, superar rivales difíciles que llegaron sin sus figuras y armar una final a “pedido y placer” daban la pauta de que era el momento, quizás el último de este grupo.
Para ganar la Copa Davis hay que ser equipo, y Argentina no lo fue. Por actitudes internas, por peleas escondidas de protagonismo y liderazgo entre David Nalbandian -líder natural- y la nueva promesa, Juan Martín Del Potro.
Este grupo podrá volver a estar en instancias decisivas, pero ya no es el equipo sólido que logró grandes resultados anteriormente.
El tren ya pasó tres veces. ¿Vendrá una cuarta?, seguramente así será, pero deberán subir todos los protagonistas, en el mismo vagón, en la misma clase y soñar con una gloria grupal y no individual, ya que para ésto último está el Grand Slam.