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3 de diciembre de 2024
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La realidad virtual de los Kirchner
Por Joaquín Morales Solá para LA NACION
19 de noviembre de 2008
El problema más serio no es lo que dicen, a pesar de todo. El problema más grave es, en efecto, que creen en lo que dicen. Néstor Kirchner acaba de afirmar en Santiago de Chile que la economía argentina está rebosante de salud para enfrentar la crisis internacional. Su esposa, la Presidenta, acaba de usar la más alta cima de la política internacional, la reunión de los 20 líderes más importantes del mundo en Washington, para contar sus peleas locales por los fondos de pensión. En verdad, ni la economía argentina está tan sana como asegura el ex presidente ni a los líderes mundiales les preo-cupa mucho lo que sucede en la Argentina, cuando el tembladeral del universo se llevó ya cualquier certeza preexistente.

El año próximo será de recesión para la Argentina o el país estará muy cerca de ella. Néstor Kirchner se ha pasado seis años ignorando que la economía tiene ciclos buenos y malos, y que lo único que corresponde hacer es ahorrar en los buenos momentos para gastar en los malos.

Jefe de hecho de la conducción económica, el conflicto actual se agravaría aún más si creyera que la economía "está fuerte", como él suele reiterar.

Interlocutores suyos atestiguan en estos días que las ideas que el matrimonio presidencial desliza en privado no son muy distintas de las que ventila en público. El peor trance de cualquier político se produce cuando sus palabras no coinciden con la percepción de la gente común. Es lo que está sucediendo ahora.

En Chile, Kirchner hizo algo más que dar falsas noticias. También pulverizó cualquier posibilidad de convertirse en presidente de la Unión de Naciones del Sur (Unasur), cargo para el que ya estaba vetado explícitamente por Uruguay. Los principales atributos para cumplir con esos menesteres internacionales son los de la moderación, la diplomacia y la serenidad. Kirchner se encolerizó en un seminario de líderes progresistas como si estuviera en una tribuna de José C. Paz. En Santiago, se esperaba de él una mirada global y profunda sobre la complicada realidad internacional. No habló de eso.

Terminó refiriéndose elípticamente a lo que siempre se refiere de mal modo cuando se siente débil: a los periodistas y a los medios periodísticos. Había que ser argentino y conocer sus habituales rodeos retóricos para conocer a los destinatarios de su diatriba. Nada nuevo.

En Washington, Cristina Kirchner culpó a las AFJP del default de principios de siglo en una larga explicación de lo que es muy difícil de explicar fuera del país. Tuvo también algunos párrafos acertados cuando dijo que en el mundo había fracasado una manera de concebir las finanzas.

Su problema es que no fue original. La había precedido el presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien ya hace varias semanas señaló que el mundo no está viviendo el fracaso del capitalismo, sino el colapso de la "traición al capitalismo".

Más cerca en el tiempo, pero antes que Cristina, fue el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, quien cuestionó las "enormes e inmediatas ganancias" que producían finanzas descontroladas e improductivas.*

¿Cree Cristina Kirchner que las AFJP provocaron el default de 2001? En tal caso, estaríamos dentro de un serio berenjenal. El viejo default se debió a un Estado que gastaba más de lo que tenía y cubría la diferencia con permanentes créditos. Es más o menos lo que hizo el kirchnerismo en los últimos años, aunque éste sólo pulverizó el superávit fiscal (que pudo ser mucho mayor) en homenaje a las encuestas y a los triunfos electorales.

Si bien se mira, lo que está volviendo al mundo es un período de mayor control de los manejos financieros por parte del Estado y no un Estado capitalista, más allá de las coyunturales terapias que se aplican para superar la crisis. La confusión ideológica de los Kirchner radica, precisamente, en esa diferencia: ellos creen en un Estado dador de trabajo y protagonista casi excluyente de la inversión. Han hecho todo lo posible para espantar la inversión privada.

Muchos observadores y políticos del mundo se han sorprendido por la presencia de la presidenta argentina en la exclusiva reunión de Washington. La explicación formal consiste en que se respetaron los formatos internacionales que ya existían y que, así las cosas, la Argentina está dentro del G-20. Es cierto que la Argentina no tiene tamaño económico para sentarse a esa mesa. Sin embargo, en el mundo existen los liderazgos económicos y militares (y políticos, por lo tanto), pero existen también liderazgos morales. La Argentina no puede soñar con los primeros dos liderazgos, pero podría aspirar a ejercer cierto liderazgo moral.

El "ombliguismo" de los gobernantes argentinos ahuyenta esa última posibilidad. Cristina Kirchner ya había hecho lo mismo en la reciente Cumbre Iberoamericana de El Salvador: usó el doble del tiempo asignado a los presidentes para hablar de las trifulcas argentinas sobre los fondos de pensión. Los liderazgos morales en el mundo deben, además, mostrar realidades locales coherentes con lo que se pretende.


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Quizá lo único imprevisto de parte de Felipe Solá en los últimos días no haya sido su ruptura con el kirchnerismo, sino su denuncia de falta de libertad de pensamiento en el partido gobernante y en el país. Esa carencia es fácilmente perceptible. Nadie sabe si lo que dice Elisa Carrió sobre la corrupción es totalmente cierto, pero las encuestas de opinión pública empiezan a señalar la corrupción de los funcionarios como una seria preocupación social. En fin, Carrió no ha hecho más que darle argumentos a una sensación palpable.

El liderazgo moral se aleja aún más cuando los gobernantes ignoran la realidad. Conocedores de que los Kirchner son cautivos suyos, Hugo Moyano y sus asesores amenazan con tomar represalias contra los empresarios locales por la crisis internacional.

Triple indemnización, prohibición de despidos o salarios adicionales no son más que una manera de culpar a los empresarios de todos los males. Como el Gobierno no difiere mucho de esas premisas, es previsible, por lo tanto, que esté dispuesto a ordenar la felicidad colectiva mediante un decreto.