Fue un grande no sólo por las seis decenas de películas en las que participó como actor, sino también por su postura frente al cine y la sociedad, en momentos clave
Por Sebastián Martínez
Son pocos los que, cuando parten, dejan un vacío tan grande y, al mismo tiempo, un legado tan importante.
Paul Newman es uno de ellos.
No sólo por las seis decenas de películas en las que participó como actor, demostrando todo lo que podía hacer delante de una cámara, sino también por su postura frente al cine y la sociedad, en momentos en que pocos se animaban a decir no.
Sus posiciones políticas, muchas veces radicales, quedan de todos modos en un segundo plano cuando uno se planta frente a la inmensa filmografía de este verdadero prócer de Hollywood que supo destacarse desde sus inicios hasta sus últimos días en la pantalla.
Su primera incursión en el cine fue en “El cáliz de plata”, en 1954, pero el papel que le daría trascendencia pública y comenzaría a ubicarlo en el Parnaso del séptimo arte llegaría cuatro años más tarde con “La gata sobre el tejado de zinc”, donde compartiría cartel junto a la inolvidable Elizabeth Taylor.
A partir de entonces, Newman comenzaría a demostrar por qué podía ser considerado uno de los grandes productos del Actor’s Studio neoyorquino, a donde ingresó cuando Marlon Brando y James Dean todavía caminaban por sus pasillos.
La nómina de películas en las que Paul Newman supo ofrecer todo su talento sería demasiado extensa para analizarla en detalle. Pero basta darle una ojeada a algunas de ellas para convencerse de lo doloroso de su pérdida.
En 1961, daría vida a un jugador profesional de billar en “El buscavidas”, de Robert Rossen, en una película que debería ser de visión obligatoria para todos aquellos que se consideran cinéfilos. Ese mismo personaje lo retomaría casi 30 años más tarde, cuando se puso a las órdenes de Martin Scorsese para la realización de “El color del dinero”, junto a un joven Tom Cruise.
Otro punto alto de su carrera fue “Éxodo”, realizada por Otto Preminger en 1960, donde se relata la creación del Estado de Israel, y donde Newman se luce junto a Eva Marie Saint.
Seis años más tarde se puso bajo el ala de Alfred Hitchcock para protagonizar “Cortina rasgada”, en la que personifica a un físico nuclear, en uno de los pocos filmes en que el genio del suspenso se metería con el tema de la Guerra Fría.
Al siguiente año volvería a quedar en la historia del cine cuando se puso al frente de “La leyenda del indomable”, en la que interpreta a un presidiario que lidera a un grupo de reos y en la que se lo puede recordar comiendo uno tras otro una cantidad inaudita de huevos duros.
Uno de sus filmes más famosos y recordados llegaría en 1969 y se conocería inicialmente como “Dos hombres y un destino”, aunque posteriormente se le darían otros varios títulos, según quien la proyectara. Para que todos nos ubiquemos, se trata de aquel inigualable western en el que Newman personifica a Butch Cassidy
mientras que Robert Redford se viste Sundance Kid.
Luego vino una seguidilla de éxitos, pero vale la pena detenerse en 1973, cuando la dupla de Redford y Newman se reunirían de nuevo para encabezar el reparto de esa tremenda película llamada “El golpe”, que aún hoy no fue superada en su género.
Durante los 70 y 80 se pondría al servicio de directores de la talla de Sidney Lumet, Robert Altman, John Huston y Sydney Pollack, y dirigiría sus propios filmes “Raquel, Raquel”, “Casta invencible”, “El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas”, “Harry e hijo” y “El zoo de cristal”.
Sus papeles maduros lo encontrarían en películas como “Señor y señora Bridge”, “El gran salto” y “Camino a la perdición”, para finalmente despedirse de la pantalla poniendo la voz en la animada “Cars”, en la que aunó su pasión por el cine y los autos.
Curiosamente, y si bien estuvo nominado ocho veces, sólo ganó un Oscar como mejor actor por “El color del dinero”, que no es ciertamente su filme más destacado. También recibiría otras dos estatuillas pero por su trayectoria.
Resulta, a la distancia, poco reconocimiento para un gigante de la pantalla, que supo resguardar su carrera de la voraz maquinaria de Hollywood y pudo mantener la cabeza en alto hasta el final, para entrar por la puerta grande al Olimpo de los actores de raza.