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21 de noviembre de 2024
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2 de cada 10 chicos tienen trastornos sensoriales
Son los de edad escolar, que presentan trastornos sensoriales que son difíciles de diagnosticar porque los padres los asocian con problemas de conducta o caprichos
7 de septiembre de 2008
Así lo reveló un informe del hospital "Elina de la Serna" de la ciudad de La Plata que precisó que cerca de 70 chicos son atendidos por semana en sesiones individuales en ese centro de salud, por distintas disfunciones sensoriales y cognitivas.

El estudio insistió en que el 20% de los chicos en edad escolar padece algún tipo de trastorno sensorial, que afecta su vida social.

La licenciada en terapia ocupacional Carolina Bellingi, especialista en Integración Sensorial, sostuvo que "esas alteraciones comienzan a desarrollarse muy temprano y hacen que alguna de las área de respuesta del chico deje de funcionar".

Bellingi indicó que "eso se manifestará por ejemplo, en un trastorno de conducta en la escuela o de motricidad que puede hacer que hasta que el nene a lo mejor no pueda patear una pelota".

Las disfunciones más comunes son los problemas de conducta, déficits de atención, hiperactividad y problemas en el habla que desembocan generalmente en problemas de conducta o bajos rendimiento escolares.

Por eso, es en la escuela y en los hogares donde esos trastornos se detectan con mayor facilidad.

Entre los trastornos sobresalen las denominados dispraxias, que son diversas dificultades en la organización de los pasos para llevar adelante acciones.

Esas dispraxias se evidencian en cuestiones cotidianas como chicos que no pueden atarse los cordones, que no colaboran para vestirse, que lloran sin pausa, se tiran al suelo o se niegan a bañarse o a recibir un beso.

Bellingi indicó que "si estas deficiencias no se tratan a tiempo, el costo emocional o psicológico para el chico puede ser grave".

Agregó que "pueden generarse problemas cognitivos y complicaciones en la relación con los demás y eso, se traduce en una baja autoestima que es totalmente evitable".

Por eso, los médicos consideran que es ideal que los tratamientos comiencen antes de los siete años, cuando el sistema nervioso del niño no terminó de madurar.

En la edad adulta, esas dispraxias no tratadas suelen llegar a evolucionar en forma de fobias.

La intervención de los terapeutas en Integración Sensorial busca ayudar al chico en ese proceso de organización de acciones y si se trata de un trastorno generalizado del desarrollo (autismo), la terapia individual en sesiones cortas puede llevar hasta un año y medio.

La sala donde se trata al menor esta equipada con peloteros, hamacas y otros objetos de juego diseñados especialmente.

Los especialistas someten a los chicos a distintas pruebas para provocar determinadas sensaciones en el sistema nervioso y de este modo, detectan el área de respuesta alterada para trabajar sobre ella, estimulándola hasta equilibrarla.

Los padres, como observadores, participan de la terapia junto a sus hijos. Bellingi explicó: "les damos actividades sencillas para que continúen en sus casas según el perfil del chico".

"Es una dieta sensorial: si el nene es hiposensible, es decir, tiene baja la percepción táctil, lo que hacemos es buscarle ejercicios para intensificar el ingreso de sensaciones, como cambiar el cepillo de dientes común por uno eléctrico, incorporar al desayuno alimentos crocantes como cereales", comentó.

El trabajo se combina además con psicólogos, odontólogos y fonoaudiólogos, debido a que otra dispraxia frecuente son los trastornos del habla, como el mutismo y tartamudeos.

Elisa Aguerre, directora del hospital, sostuvo que "pese a que los dispráxicos a veces parecen torpes porque no controlan sus movimientos o no pueden hablar bien, son chicos tan o más inteligentes que cualquier otro".

Indicó que "las dispraxias afectan a chicos que vienen tanto de familias humildes como con alto poder adquisitivo y tratado a tiempo es curable".