Científicos británicos descubrieron que un gen vinculado con la obesidad también tiene un efecto en la regulación del apetito. La persona come y necesita seguir haciéndolo
El problema viene por duplicado y explicaría buena parte de la obesidad.
Científicos británicos descubrieron que el gen conocido como FTO -el primero que ha sido claramente vinculado con la obesidad- también tiene un efecto en la regulación del apetito. Los investigadores observaron que los niños que tienen dos copias de la variante de alto riesgo de ese gen no experimentan saciedad después de haber comido, lo cual probablemente los lleve al sobrepeso.
El estudio fue realizado en 3.337 niños británicos de 8 a 11 años, por especialistas del Colegio de la Universidad de Londres y del Instituto de Psiquiatría del King's College de Londres. Los resultados fueron publicados en el Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism.
En la población caucásica, el FTO es el gen más vinculado con la obesidad. Se sabe que los adultos que tienen dos copias de la variante de mayor riesgo del gen pesan, en promedio, tres kilos más; y que las personas con una sola copia de esa variante tienen 1,5 kilo más de peso. Lo que se ignoraba era si la influencia de ese gen en la obesidad se producía a través de la ingesta o del gasto calórico.
Los investigadores pidieron a los padres que completaran un cuestionario sobre altura, peso, circunferencia de la cintura y hábitos alimenticios. Éstos, a su vez, fueron evaluados en dos escalas: respuesta a la saciedad y goce de la comida, que forman parte del Cuestionario sobre Conductas Alimentarias del Niño. Por otra parte, también determinaron qué variante del gen FTO tenía cada chico. Y mediante tests estadísticos de análisis de varianzas (ANOVA) buscaron las relaciones entre variantes del gen, apetito y medidas que expresan la obesidad.
Los resultados mostraron que una copia de la variante del gen está vinculada con un mayor riesgo de sobrepeso. En cuanto a los chicos con ambas versiones de la variante, tenían un puntaje notablemente bajo en materia de respuesta a la saciedad; en otras palabras, les costaba mucho decir cuándo estaban satisfechos.
El estudio mostró que estos niños "eran menos sensibles a las señales de saciedad que produce el organismo. Por ejemplo, podían seguir comiendo aun después de haber consumido alimentos que para otros habían sido suficientes", señaló la doctora Jane Wardle, quien condujo el estudio.
Los investigadores descubrieron que el efecto de la variante del gen FTO en el apetito era independiente de la edad, del sexo, del índice de masa corporal y del nivel socioeconómico de los niños. De todos modos, Wardle aclaró que esto no significa que las personas que tienen la variante de riesgo automáticamente desarrollen sobrepeso. "Esto las vuelve significativamente más vulnerables al medio ambiente moderno, que nos coloca frente a grandes porciones de comida e ilimitadas oportunidades para comer", agregó Wardle.
Los científicos también observaron que por sí solos, los efectos del gen eran relativamente pequeños. Esto implica que probablemente haya varios genes que contribuyan a la obesidad y al apetito; que cada uno tenga una pequeña incidencia; y que, en conjunto, todos provoquen un efecto importante.