Al borde del enfrentamiento
Por Joaquín Morales Solá para LA NACION
11 de julio de 2008
La intensa crisis política, que lleva ya cuatro meses de agitaciones y de fracturas, colocó ayer al país al borde del enfrentamiento social. Fue Néstor Kirchner el que se encargó de llevar las cosas hasta ese peligroso límite. La convocatoria del oficialismo a un acto paralelo al de los ruralistas, el martes próximo, no fue más que un gesto propio de pendencieros para demostrar quién pega mejor y más fuerte. El sesgo más dramático del conflicto consiste en que un ex presidente de la Nación, y actual jefe formal del peronismo gobernante, es quien ha preferido pelear en la calle en detrimento de las instituciones de la República.
No fue Hipólito Yrigoyen quien dijo "que se rompa, pero que no se doble", como ayer se lo atribuyó falsamente Kirchner en otra estrafalaria conferencia de prensa. Esa frase la escribió Leandro Alem en su testamento político, poco antes de suicidarse. Izar la última bandera de un suicida no parece la mejor solución para una sociedad que ha pasado 120 días esperando gestos que reconstruyan su confianza en la política y en la economía. El Kirchner de ayer fue, definitivamente, el que ha decidido no cesar en su estrategia de doblar la apuesta, aun cuando en ese juego a todo o nada termine arrastrando al propio peronismo.
Fue también un acto desesperado de un político desesperado. El ex presidente sabe que las cosas no vienen bien en el Senado. Nadie supone que la Cámara alta rechazará el proyecto del oficialismo, pero resulta que debería aprobar a libro cerrado el proyecto que le llegó de los diputados para acabar con el trámite parlamentario. Cualquier modificación obligaría al proyecto a volver a Diputados y sometería a este cuerpo a otra infernal ronda de conteos de escurridizos votos.
Las entidades rurales no debieron competir con ellas mismas convocando al acto del martes. La enorme concentración de Rosario fue tan importante como muy difícil de igualar. Los dirigentes del campo sabían el riesgo que corrían, pero decidieron correrlo. ¿Por qué? Seguramente conocen las encuestas, en manos de los propios gobernantes, que señalan que una clara mayoría está más cerca del campo que del Gobierno. Son encuestas nacionales, pero esos porcentajes (62% de la sociedad a favor del campo y sólo un 17% está con el Gobierno) son mucho peores para el oficialismo en la Capital, donde se hará el acto rural.
Expectativas
Los líderes rurales esperan que se sumen al acto los sectores sociales porteños mayoritariamente antikirchneristas. Es probable que eso suceda. Pero ellos también debieron tener una actitud de mayor respeto por las instituciones que están funcionando, aunque el primer ejemplo de observancia corresponde a quienes encarnaron o encarnan a las propias instituciones. Es decir, a Néstor Kirchner.
Es probable que esa misma sensación de una eventual megaconcentración del ruralismo la tenga también el ex presidente. A los sectores medios de la Capital los enfrentará, entonces, con la militancia sindical y con la del PJ del conurbano. La posibilidad de un cruce fatal entre sectores sociales distintos, que vienen ya de graves crispaciones, quedó a la vuelta de la esquina.
Kirchner no se ha podido sacar de la cabeza la imagen de un sector rural comandado por aristócratas habituados a fumar habanos en el Jockey Club. El campo ya no es eso. Quizás Alfredo De Angeli expresa mejor a una porción del campesinado, como otra gran parte del ruralismo está integrada por jóvenes que llevan computadoras colgadas del hombro. A ese campo tan distante de sus fantasías, Kirchner lo enfrenta con discursos de hace más de 30 años. Muchos de los actuales actores del agro no saben de qué les habla cuando aquél los vincula con los golpes de Estado.
La conferencia de prensa de ayer ha sido otra muestra del desprecio de Kirchner por el periodismo, al que sometió otra vez a la escenografía de una barra de adeptos que reían con él y lo aplaudían a él. Sólo el subdesarrollo político puede producir esos espectáculos. Lo más grave, con todo, no fue la escenografía, sino los sucesivos contenidos de una política influida por la piromanía.