“El Superagente 86” llega en su nueva versión con las mejores intenciones, pero no puede superar el rastro que ha dejado una de las series más exitosas de la historia
Por Sebastián Martínez
Hay pruebas que son imposibles de superar. Ni siquiera hay que intentarlo. Hacer una versión cinematográfica de una leyenda televisiva que conquistó el mundo entero como “El Superagente 86” es una de ellas. No importa cuánto empeño pongas, no importa que tan fiel seas al original, no importa que tanto te esmeres con el guión, los actores o la producción. El saldo final siempre será deficitario.
Meterse con los clásicos es una tarea ingrata. En esta versión 2008 de “El Superagente 86”, las intenciones son las mejores, pero todo el asunto se va a los caños, apenas uno recuerda la indeleble sensación de estar viendo a Don Adams (Maxwell Smart), a Barbara Feldon (La 99), a Edward Platt (El Jefe) y a todo el equipo de aquella serie de los 60 creada por Mel Brooks.
Pero es lo que hay. Estamos en el siglo XXI, Don Adams lleva casi tres años muerto, Barbara Feldon tiene 76 y Hollywood nos acerca la oportunidad de recrear un mito del humor televisivo. ¿Con qué herramientas cuentan para atreverse a resucitar al mítico Superagente 86? Veamos.
Lo primero que nos dice el filme es que, a los ojos del mundo, la agencia gubernamental Control (y también su archienemiga Kaos) han desaparecido junto con la Guerra Fría. Pero es falso. Ambas siguen funcionando en forma oculta. Y Maxwell Smart (interpretado por Steve Carrell) es un lúcido pero atolondrado analista que trabaja en los escritorios de esta oficina gubernamental, desgrabando conversaciones del enemigo y elaborando aburridos informes de cientos de páginas.
Su sueño, claro, es ser espía, un agente del recontraespionaje. En su entorno están todos los nombres que conocemos de memoria, pero con nuevas caras: El Jefe (Alan Arkin, el abuelo de “Little Miss Sunshine”), el Agente 23 (Dwayne Johnson, más conocido como “The Rock”) y Larabee (el comediante David Koechner), a quienes por supuesto se sumará luego La 99 (aquí llevada adelante con muchísima dignidad por Anne Hathaway).
Eso no es todo. A medida que pasen los minutos, aparecerán otros miembros inolvidables de la galería de personajes de la serie. Estará presente Sigfrido (Terence Stamp, el canciller Vallorum de “La guerra de las galaxias: Episodio I”), su esbirro Shtarker (Ken Davitian, el obeso camarógrafo de “Borat”), el siempre oculto Agente 13 (el infalible Bill Murray) y hasta Jaime (en realidad llamado Hymie e interpretado por Patrick Warburton).
En cuanto a la trama, no hay mucho que explicar. El diábolico Sigfried aquí no es ni intenta ser gracioso como el que interpretaba en los 60 Bernie Kopell (quien tiene un pequeño cameo en el filme). Y está dispuesto a poner en jaque a los Estados Unidos, acumulando uranio en Rusia para luego distribuirlo a “líderes inestables” del mundo. Pese a las innumerables razones para que no lo haga, la misión de detenerlo quedará en manos de Maxwell Smart y de La 99. El resto se puede imaginar.
Uno de los grandes hallazgos de la serie de Mel Brooks fue haber logrado un protagonista torpe, pero con habilidades, algo creído, pero querible, un poco lerdo, pero con sagacidad para resolver situaciones complejas. Todo eso fue respetado en el filme.
Carrell, un actor probado en comedia y en otros terrenos, compone su propio Superagente 86 sin copiar a Don Adams, pero siendo fiel a la personalidad del personaje original. Es cierto que, en la versión en castellano, el doblaje del mexicano Jorge Arbizu (el mismo que ponía su voz a la serie) nos remite inmediatamente al original. Pero la decisión es acertada: no hubiésemos aceptado un 86 con otro timbre vocal.
El resto del elenco no desentona y hay que decir que la idea original de “aggiornar” un éxito de cuatro décadas con innumerables guiños a los fanáticos de la serie parecía elaborada en su justa medida.
Los problemas de “El Superagente 86” son otros. A primera vista surgen dos. El primero: la serie fue creada en 1965 y terminó en 1970, aunque tuvo masividad televisiva en todo el mundo hasta casi terminados los 80. Esto deja, sin embargo, a una generación fuera del culto a Maxwell Smart. A quienes tiene entre, digamos, 10 y 20 años. Y es esencialmente a ellos a quien va dirigida la película.
Sacando las referencias al original, que son muchas, todos los diálogos y toda la trama parecen apuntar al público adolescente. Esto provoca que el filme termine siendo algo infantil para quienes son un poco más grandes y crecieron al son de la melodía de Irving Szathmary.
El segundo problema es el ya mencionado. Nunca te metas con un clásico. Nadie puede volver a escribir “Hamlet”, dicen. Es lo que les pasó a los de Volkswagen cuando lanzaron la nueva versión del “Escarabajo”. Es lindo, pero... El asunto con los clásicos es que, por más extraordinaria que sea tu versión, el recuerdo del original opacará de inmediato tus esfuerzos. Esta película puede ser entretenida, pero no pasará a la historia. La serie ya lo hizo.