Columna de Eduardo van der Kooy
8 de junio de 2008
Lejos aún de que la crisis termine
Publicado en el diario Clarín
La crisis de la Argentina permanece todavía encerrada en las fronteras de la irresponsabilidad. Cristina Fernández y Néstor Kirchner siguen sin mirar más allá de sus narices, encandilados por el fragor de la pelea política. Creen que si ganan la pelea con el campo afianzarán su poder. No advierten, o no quieren hacerlo, que su poder viene sufriendo una sangría persistente desde hace tres meses, cuando se inició el conflicto.
Sólo ese aislamiento podría hacer entendible, nunca justificable, ciertas reacciones. Kirchner insistió delante del plenario peronista que en este pleito se juega el carácter del Gobierno. El carácter del Gobierno fue, en gran medida, el detonante del pleito y el que ha colocado a la Presidenta en el lugar difícil y pobre en que está. El ex presidente vinculó en Chubut la protesta con los golpes militares del 55 y del 76 y desempolvó la supuesta antinomia "entre el pueblo y la antipatria". El reloj de su historia está detenido. Cristina volvió a embestir contra el campo horas antes de que la Iglesia difundiera, cargada de sabiduría, una exhortación al diálogo y al cese de la huelga.
La exageración inconcebible correspondió al ministro de Justicia. Aníbal Fernández interpretó que el pedido de un gesto de grandeza que la Iglesia hizo a Cristina significó una falta de respeto. Puede ser que Aníbal Fernández piense de esa forma, pero el original pertenece al matrimonio Kirchner. La pareja tiende siempre a descubrir algún doblez oscuro en la palabra y las actitudes eclesiales. Tal vez ese prejuicio le haya restado relevancia al paso de la Presidenta por el Vaticano. Su visita fue cordial pero, según el paladar de la Santa Sede, también protocolar en exceso.
La Iglesia supo poner el dedo en la llaga de los males argentinos. Cuidó también el molde: el cardenal Jorge Bergoglio presidió una conferencia de prensa y sentó a la jerarquía a su lado. Estuvo, entre otros, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer. Bergoglio y Aguer comulgan con la fe religiosa, pero no comulgan, en cambio, con las mismas ideas. El documento episcopal advirtió que "no es propio de los poderes públicos empeñarse como parte en los conflictos sino abocarse a su solución como responsables del bien común". Palo para el Gobierno. El texto alertó que "aunque hubiera reclamos justos, no es en la calle ni en las rutas donde se solucionarán los problemas". Palo para el campo.
Los dirigentes rurales habían dilapidado como el Gobierno varias ocasiones para bajar la tensión y abrir un diálogo. Los dirigentes rurales, a diferencia del Gobierno, tomaron conciencia de que la crisis se estaba arrimando a una estación sin retorno. "Hay que hacer un esfuerzo para encontrar una salida antes de que sea tarde", pidieron en comunicaciones reservadas con la Casa Rosada. Hicieron ese esfuerzo y decidieron no renovar el paro a partir de mañana aun cuando tuvieron presiones, en especial de los autoconvocados de Entre Ríos, para estirarlo otra semana.
Los ruralistas temieron al descontrol de los piquetes, las rutas bloqueadas y las insinuaciones violentas entre los campesinos y los transportistas dañados por las medidas. Temieron también a la posibilidad del desabastecimiento que los había descolocado ante la sociedad en capítulos anteriores de la lucha. Se estremecieron con las imágenes televisivas de los miles de litros de leche derramados.
Conocieron la reacción de Kirchner delante del PJ cuando se le informó sobre la realidad agravada. "No hay que asustarse. Las contradicciones los van a terminar quebrando", aleccionó. Ese reflejo encrespó a algunos grupos de CRA y de la Federación Agraria. Pero los dirigentes pudieron dominar el temporal y aparecieron ante la opinión pública permeables a los llamados de la Iglesia y a las gestiones del ombudsman, Eduardo Mondino, y de los gobernadores Hermes Binner y Juan Schiaretti.
Los ruralistas no han recibido todavía ninguna señal del Gobierno sobre una negociación. Pero así como el paro fue una herramienta de batalla hasta hoy, el diálogo lo será desde mañana. ¿Por qué ese giro? "El 85% de la sociedad quiere un acuerdo. Los obispos dijeron lo que dijeron. Seguir sería un suicidio", razonó anoche Eduardo Buzzi, el titular de FAA. La intención sería conversar con el Gobierno y continuar con otros sectores de la actividad económica y social. La intención sería, en los inmediato, la despolitización. La oposición deberá esperar.
El mundo observa perplejo, de verdad, lo que ocurre en la Argentina. No tanto lo que ocurre como la forma desvariada que frecuentan su Gobierno y la clase dirigente para afrontar el conflicto y los problemas. Por las dudas toman recaudos: los pocos proyectos de inversiones están paralizados, incluso el del tren rápido a Rosario; China comenzó a sondear otros mercados cerealeros más confiables ante la incertidumbre que plantea la crisis; los seguros de las empresas navieras encargadas de recoger materias primas en puertos nacionales subieron un 30% a raíz de los riesgos del conflicto. Los barcos llegan, pero nunca saben cuándo pueden partir porque los camiones con granos se retrasan.
¿No pasa nada en otras latitudes? ¿Es la Argentina el único foco de disputas? Nada de eso. Michelle Bachelet vive jaqueada en Chile. Debió transar con los transportistas y tiene de nuevo sublevados a los estudiantes. Nicolás Sarkozy enfrenta en Francia una severa resistencia por su intento de modificar el régimen laboral de 35 horas semanales y la jubilación. Existen las huelgas duras, pero no salvajes e indefinidas. José Luis Rodríguez Zapatero navega la crisis económica más seria de la última década en España. También se multiplican las protestas, como la de los pescadores que bloquean cada tanto los puertos por el aumento del precio de los combustibles.
Pero en ningún caso los problemas derivan en confrontaciones furiosas como en la Argentina o se desplazan como aquí, sin conciencia, hacia un abismo. Surgen siempre instancias de diálogo y negociación. Actúan los partidos y actúan las instituciones, como el Congreso. Los líderes no acostumbran a exponerse como lo hace el matrimonio Kirchner. Sorprendería ver a Sarkozy o a Rodríguez Zapatero enmarañados en una refriega. Para eso están sus ministros. También aquellos líderes aceptan dar pasos sin tanto cálculo y reparando sólo en el día después: corrido por el dilema de la energía, el premier español está por decidir un ajuste de tarifas domiciliarias adecuado a la renta de los ciudadanos. Un recurso que muchas veces insinuó Kirchner y que nunca aplicó por temor a la pérdida de popularidad.
Lo que falla en la Argentina es, en suma, la política. El Gobierno toma decisiones entre paredes y esas decisiones no pasan por el tamiz de más de tres o cuatro personas. La oposición actúa por espasmos y rara vez fogonea una conciliación de las partes. La oposición la encarna ahora, casi de modo excluyente, Elisa Carrió porque Mauricio Macri ha decidido protegerse en su guarida porteña. Kirchner activó de nuevo al peronismo, pero para que el partido brinde sólo señales de obediencia. Tanta rigidez termina invariablemente con fracturas: al líder del PJ se le están desgranando tres provincias clave, como Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. El disconformismo peronista es mayor aunque todavía no aflora en superficie.
Schiaretti reclutó a cien intendentes peronistas cordobeses. Carlos Reutemann resolvió apoyar una lista diferente a la del oficialismo —que apaña el matrimonio Kirchner— para la elección de autoridades partidarias en Santa Fe, que se hará en julio. El ex gobernador tomó posición a favor del campo y un protagonismo inédito, incluso en sus épocas de poder. Sergio Uribarri continúa aferrado al kirchnerismo aunque el peronismo provincial se ha empezado a divorciar de él. Es muy probable que en esas tres provincias el PJ presente el año que viene listas distintas a las del Gobierno para los comicios legislativos. Sólo un cambio drástico de la realidad podría evitarlo.
El cuadro sirve para explicar la primera línea que la semana pasada ocupó Daniel Scioli. El gobernador de Buenos Aires trató de gambetear compromisos políticos contundentes en los tiempos del conflicto. Su geografía de poder está partida: en el interior bonaerense el peronismo, en general, acompaña al campo; los barones del conurbano siguen todavía fieles al matrimonio presidencial. Ese constituye hoy su apuntalamiento fuerte. Los radicales K ya no podrían avalar sin discordia otro documento del PJ del tenor del último, en el cual denunció una oculta intención destituyente. A los transversales de a poco los envuelve el espanto, aunque algunos conserven despachos oficiales.
El Gobierno de Cristina hace tres meses que está frenado. Los primeros tres meses los padeció entre el escándalo de la valija de Guido Antonini Wilson y la tensión con Washington. El conflicto con el campo la tiene encerrada. La tregua de los ruralistas podría ser una oportunidad propicia para salir de ese encierro. Cristina espera el martes a Binner. ¿Algo habrá cambiado?. Es difícil saberlo porque la palabra oficial es contradictoria y porque en el escenario siempre irrumpe Kirchner.
La atención se fija en el ex presidente. Era una referencia ineludible antes del conflicto y lo será mas en adelante. Kirchner se convirtió desde el comienzo en una auténtica sombra de Cristina. En algún momento, no lejano, tal vez se vea obligado a mutar esa sombra en una luz.