Con pocas luces y fórmulas que no funcionan, el filme "88 minutos" trata sobre un psiquiatra forense al que le queda poco tiempo para descubrir quién quiere asesinarlo
Lo bueno del cine (entendido como arte o como entretenimiento) es que, pese a cargar más de un siglo de historia sobre sus espaldas, aún se resiste a ser descifrado en fórmulas o recetas preestablecidas. Ésa es una lección que los creadores de “88 minutos”, el thriller protagonizado por Al Pacino, parecen no haber aprendido.
Aquí todo gira en torno al psiquiatra forense Jack Gramm (con el cuerpo de Al Pacino), hasta tal punto que no hay una sola secuencia en toda la película que no lo tenga a él dentro de cuadro. ¿Qué le pasa a este especialista en mentes criminales? Para empezar tiene muchísimo dinero, un auto deportivo último modelo, un departamento de lujo en Seattle y una oficina que parece el estudio de algún magnate corporativo. ¿Ganan tanto los peritos psiquiátricos en los Estados Unidos? En fin, no importa.
Otra característica del doctor Gramm es que vive rodeado de mujeres más o menos jóvenes y más o menos hermosas. Alumnas de la facultad, asistentes de la oficina, chicas que conoce en los bares (las actrices Kim Cummings, Leelee Sobieski, Amy Brenneman, Leah Cairns y otras)... Al Pacino intenta convencernos aquí de que su sex appeal está intacto a los 68 años.
Abandonemos los detalles. Aquí el asunto es que Jack Gramm ha enviado recientemente a un supuesto asesino serial a la cárcel y que faltan pocas horas para que ese condenado sea ejecutado con la inyección letal por la violación, la tortura y el asesinato de varias mujeres. Gramm comienza su día, ajeno a todo esto y con algo de jaqueca, en el departamento de una estudiante de abogacía, luego de una noche de jolgorio.
Pero suena su celular y le avisan que un nuevo homicidio fue perpetrado durante la noche en la ciudad. Y, vaya cosa, el modus operandi del criminal es exactamente el mismo que supuestamente utilizaba el sujeto que está en prisión y que está a punto de ser ejecutado. Tras algunas especulaciones sobre la culpabilidad o inocencia del hombre condenado, el filme da un nuevo vuelco: el celular de Gramm vuelve a sonar y alguien le anuncia que le quedan sólo 88 minutos de vida.
A partir de allí comienza una sucesión de elucubraciones paranoicas del protagonista tratando de averiguar quién pretende asesinarlo, mientras la historia se va entrecruzando con el destino del sujeto que espera para recibir la inyección letal. No tiene sentido contar mucho más. El resto de la película es una sucesión de planos de Pacino desconfiando de todos, de Pacino corriendo, de Pacino tratando de entender lo que ocurre y, sobre todo, de Pacino hablando por teléfono celular.
La apuesta principal del director Jon Avnet parece haber sido cargar el filme sobre los hombros de su protagonista. Pero no alcanza con poner a Pacino en la pantalla para que una película sea convincente. Cuando un guión no termina de cerrar, cuando deja demasiados cabos sueltos y cuando un tercio de las cosas que ocurren son arbitrarias es que algo ha fallado en el proyecto. Hacer películas sobre asesinos seriales parece ser buen negocio y todos quieren participar de él. Pero nadie dijo que fuese fácil hacerlas bien.