Lejos de la gloria, la suerte de los revolucionarios de mayo de 1810 no fue grata. Enfermos, desterrados, muertes misteriosas, corrupción y olvido. Esta es la historia
Por Roberto Aguirre Blanco
Hoy son homenajeados como calles y en alguna que otra plaza porteña. Calles que los mantienen uno muy cerca del otro, pero son cortas y lejanas del brillo de las grandes arterias de la ciudad. Nada es casual.
Como tampoco lo fue el destino de estos nueve patriotas, siete criollos y dos españoles, que formaron parte de aquel grupo de revolucionarios integrantes de la primera junta de Gobierno.
Como en muchas etapas de la vida política nacional, su brillo duró muy poco y en menos de un año se apagó la estrella que los iluminaba en la mayoría de los casos, para ubicarlos en lugares de hombres cuestionados, desterrados y perseguidos judicialmente.
El presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, sobrevivió al primer golpe que intentó Mariano Moreno en abril de 1811, pero seis meses después debió hacerse del cargo del ejército y marchar al Norte, y así sus rivales aprovecharon la ocasión para sacarlo del gobierno.
Lo que siguió no fue fácil. Primero se lo separó del mando del ejército, luego se intentó desterrarlo a San Juan pero escapó a tiempo a Chile. Cuando regresó, José de San Martín lo ayudó y le dio la comandancia en la provincia cuyana.
En Buenos Aires se le iniciaron juicios de carácter político por los que recién fue absuelto en 1818, y tras recuperar su grado debió exiliarse en Montevideo para luego ser pasado a retiro en 1822 y entrar en el ostracismo hasta su muerte.
La vida de Mariano Moreno es conocida por el fuego de su pasión revolucionaria y su temprana muerte en 1811, cuando viajaba a Londres casi exiliado tras perder en el intento de derrocar a Saavedra. Murió en el barco que lo llevaba, en medio del océano, en una desaparición sospechada por sus partidarios.
El otro secretario, Juan José Paso, fue el único que logró una trascendencia. Integró dos Triunviratos, en 1811 y 1813, luego fue elegido diputado en el Congreso de Tucumán y terminó su brillante carrera política como diputado porteño en 1824.
El religioso Manuel Alberti fue un gran defensor de la causa revolucionaria pero se enfrentó con Moreno, especialmente por el fusilamiento de Santiago de Liniers y, murió de un paro cardíaco en enero de 1811.
El vocal Miguel de Azcuénaga debió exiliarse en Chile en 1811 por su adhesión a Moreno, y si bien regresó dos años después, ocupó cargos militares y políticos de poca trascendencia hasta su retiro y muerte en 1833.
Manuel Belgrano, tras convertirse en general del Ejército del Norte y ganar dos batallas (Tucumán y Salta), fue cuestionado por sus derrotas en Vilcapugio y Ayohuma.
Su figura entró en un cono de olvido. Murió en soledad y la pobreza, en 1820, el mismo día, el 20 de junio, que la anarquía se asentó en Buenos Aires: la jornada de los tres gobernadores en un día.
Su primo, Juan José Castelli, el “orador de la revolución”, fue enviado a Salta por la Primera Junta. Hizo allí un gobierno revolucionario, fue el responsable del fusilamiento de Liniers y, tras la derrota en Huaqui, en octubre de 1811, destituido y juzgado por sus actos.
El hombre de la filosa palabra murió de cáncer de lengua en octubre de 1812 mientras era juzgado por sus acciones.
Los españoles de la junta no tuvieron un mejor final. Domingo Matheu, comerciante, aportó dinero para los ejércitos de la revolución. En 1817 se cansó del manejo de la política y se retiró a sus negocios para perderse luego en la oscuridad.
Por su parte, Juan Larrea, dejó la junta en 1811, integró la Asamblea de 1813 y un año después Gervasio de Posadas lo nombró ministro del Tesoro.
En 1816 fue investigado como el primer caso de corrupción de estas tierras y al no poder justificar sus actos, sus bienes fueron confiscados. Se suicidó con una navaja en 1847.