Un estilo que sólo resta
Por Joaquín Morales Solá para LA NACION
21 de mayo de 2008
Cristina Kirchner volvió ayer a criticar a los periodistas, como lo hace casi todas las veces que habla. El sábado se enredó en Lima en una dura respuesta al presidente de la comisión de la Unión Europea, el portugués José Manuel Durao Barroso. Son dos ejemplos de las últimas horas, pero la lista de sus agresiones y de sus invectivas podría ser mucho más larga.
Para las oraciones presidenciales, siempre alguien está equivocado, alguien no conoce los problemas o alguien está, en fin, urdiendo una conspiración. En esa manera de expresarse podría encerrarse la explicación de por qué la jefa del Estado dilapidó tanto capital político en tan poco tiempo. Su discurso ha terminado irritando a casi todo el mundo.
Conviene subrayar ese estilo de la Presidenta, porque se acaba de abrir una nueva etapa de diálogo con los sectores agropecuarios. Los líderes de las organizaciones rurales debieron actuar contra una enorme presión de sus propios afiliados, que preferían seguir en la protesta mientras no existiera una decisión oficial que modificara el sistema de retenciones. Cristina Kirchner ya llevó a su peor momento el conflicto con el agro luego de un duro y agresivo discurso, el 25 de marzo.
El problema de la Presidenta consiste en que se convence rápido de argumentos intelectuales fácilmente refutables. Ejemplo: confundió la soja con un "yuyo" fuerte e inmortal, pero la soja es dura y casi inmortal porque ha sido tratada con métodos modernos para tener esas condiciones. Esos errores son casi imposibles de entender en boca de una jefa de Estado, sobre todo en medio de un conflicto con el campo.
La nueva etapa abierta desde la noche del lunes es aún más sensible que las anteriores. Cada uno de los protagonistas, Gobierno y ruralistas, carga ahora con una historia de promesas incumplidas, de contratos rotos, de provocaciones y de las consecuentes desconfianzas. Otro discurso mal dicho de parte de la Presidenta podría retrotraer todo a los tiempos de los enfrentamientos sin diálogo.
Demasiados actores de la vida pública (la Iglesia, entidades empresariales, gobernadores que comprendieron los planteos agropecuarios, entre otros) apostaron a la reanudación de la negociación. Las organizaciones rurales escucharon esas voces (y, sobre todo, las de la propia sociedad) para caminar en el sentido contrario de lo que les pedían sus propias bases. Un atril mal colocado no debería arruinar tantas cosas.
Cristina Kirchner va y viene con sus discursos. Algunos, como el de Almagro, son conciliadores; otros son directamente hirientes. Los dirigentes del campo, y otros protagonistas de la vida pública argentina, no saben, al final de cuentas, con cuál versión del ánimo presidencial quedarse. ¿Cristina quiere dialogar sin resentimientos ni rencores, como dijo en Almagro? ¿O, en cambio, cree que los productores rurales son una especie voraz que se propone condenar al hambre al resto de los argentinos, como lo deslizó otras veces? Es hora ya de que el discurso hacia los campesinos, el bueno o el malo, se defina de una buena vez.
En su infaltable embestida contra el periodismo, la Presidenta dijo ayer que algunos periodistas habían señalado que la energía que proveerá la Central Termoeléctrica General Belgrano, que estaba inaugurando, sería neutralizada por la escasez de agua en El Chocón. Es posible que alguien haya hecho esa suma y esa resta. ¿Dónde está el problema? ¿Por qué convertir la celebración de una inauguración en una ceremonia de reproches y crispaciones?
También dijo que algunos "habían escrito en letra de molde que el mundo se venía abajo", en alusión a la incipiente corrida bancaria de la semana pasada. Autoridades del Banco Central atribuyeron esa corrida a una cadena de e-mails que, efectivamente, describía el Apocalipsis. Puede colegirse, además, que a esos falsos rumores se les agregaron los muchos problemas abiertos que existen, como la propia pelea entre el Gobierno y el campo, y la inflación, que ni siquiera es reconocida por la Presidenta en sus alocuciones públicas.
Sin embargo, ningún medio con influencia cierta en la sociedad influyó para aumentar la desconfianza en la economía ni en el sistema bancario. ¿A quién le habló ayer la Presidenta? ¿Acaso Cristina Kirchner se queda sin contenido cuando no les habla a los periodistas por lo que éstos hayan escrito o no hayan escrito, si no los tiene a ellos como el objeto de sus diatribas?
La intervención más importante que la Presidenta tuvo en Lima fue para responderle a Durao Barroso, que le había pedido más "realismo" al Mercosur para negociar con la Unión Europea un tratado de libre comercio. Enfundada en el traje de presidenta pro témpore del Mercosur, Cristina Kirchner hizo una descripción de los intereses que están en juego y de cómo debería seguir la negociación. Bien, hasta ahí.
Luego, la Presidenta la emprendió con sus reiteradas interpretaciones personales sobre la historia o sobre la realidad. Habló entonces de que América latina es pobre porque sufrió la "desapropiación" desde que fue descubierta. Fue una manera elegante de decir que fue robada. ¿A quiénes aludió? ¿Qué habrá dicho su amigo Rodríguez Zapatero, jefe del gobierno español, que la estaba escuchando?
Los Estados Unidos están en América y su tierra fue descubierta en el mismo momento que el resto de América. Eso no les impidió convertirse en la principal potencia económica y militar del mundo. ¿Alguien podría suponer que un francés vincula sus problemas de ahora, que los tiene, con la Revolución Francesa de hace casi 220 años? Cada región del mundo, o cada país, tiene los gobernantes que tiene o ha tenido. La explicación de las desdichas actuales de América latina puede estar mucho más cerca de donde la busca la Presidenta. Cuando la encuentre, las soluciones estarán también más cerca.
Aun si se supera el conflicto con el campo, la Presidenta deberá emprender luego tres tareas perentorias: hacerse cargo de la inflación y de sus soluciones, reconstruir la confianza perdida en la economía y reconstruirse ella misma como líder político. Ningún otro presidente de la democracia derrochó tantos porcentajes de simpatía popular en sólo cinco meses de gobierno.
No han influido sólo los problemas, que persiguen a todos los gobernantes. Un estilo especial de oratoria y la falta de flexibilidad para resolver los conflictos tuvieron mucha más incidencia en esa caída. Pelearse con todo el mundo al mismo tiempo o romper puente tras puente hasta quedarse sin ninguno no han sido nunca los negocios de la política.