El influyente semanario británico publicó una nota titulada "Cristina en la tierra de las ilusiones", donde asegura que la Argentina está "peor" que hace cinco meses
A continuación el artículo completo del semanario The Economist con críticas al gobierno de Cristina Kirchner:
"Ella consiguió una victoria fácil en la elección presidencial del último año con la promesa de mantener el impresionante desempeño económico argentino, disminuir las tensiones sociales y reconstruir la política exterior. Sin embargo, tan sólo cinco meses después de que Cristina Fernández suceda a su esposo, Néstor Kirchner, en la Casa Rosada, la Argentina está en esos tres ítems peor que antes. Su gobierno está inmerso en el desorden. Provocó una protesta de los agricultores contra los impuestos. El 24 de abril perdió su principal figura de renovación cuando Martín Lousteau renunció al Ministerio de Economía por desacuerdos sobre medidas de gobierno. Los precios de los bonos argentinos se derrumbaron a medida que los inversores mostraron menos confianza en el Gobierno.
Con la economía con tasas de crecimiento de más de 8% anual desde 2003, cuando comenzó una vigorosa recuperación luego de un colapso financiero, Kirchner incrementó su popularidad. En ese campo recibió la ayuda de los precios récord de las exportaciones de la Argentina, pero luego fomentó el crecimiento con la reducción del gasto público y una moneda subvaluada. Él sepultó las preocupaciones sobre la inflación, congeló los precios de importantes sectores de la economía y ordenó alterar el índice de precios al consumidor.
Durante su campaña, Fernández llevó a varios analistas a creer que ella sería más moderada que su combativo esposo. Pero todas esas esperanzas fueron velozmente destruidas. Ella mantuvo a la mayor parte de los ministros, sus ideas políticas y su retórica. Según cálculos no oficiales, la inflación llega al 25 % (oficialmente, es de 9%).
Fernández muestra pocas intenciones de reducir el ritmo de crecimiento a cualquier precio. El error de Lousteau parece haber sido su intento de recuperar la credibilidad de las estadísticas oficiales. Su reemplazo, Carlos Fernández, no tiene entidad. De hecho, es Kirchner quien parece estar a cargo de la política económica. “No queremos enfriar la economía porque siempre trae desempleo, pobreza, exclusión y concentración económica”, dijo en un acto reciente del peronismo.
El sobrecalentamiento de la economía y la inflación ya les están llevando algunos de estos males a los argentinos, que si no son monitoreados los llevarán a otros. La agencia de estadísticas dejó de medir los índices de pobreza. Tomando en cuenta estimaciones privadas sobre la inflación, el nivel de pobreza habría subido de 27% en 2006 a 30% en la actualidad, lo que implica que unos 1,3 millones de argentinos descendieron el nivel de pobreza durante el último año, según calcula Ernesto Kritz, economista de Buenos Aires.
Para domar la inflación y estabilizar la economía, el Gobierno debe mantener el valor del peso, frenar el crecimiento del gasto y los subsidios a la energía y aumentar las tasas de interés. Cuanto más tiempo pospongan esas medidas, las más dolorosas e impopulares serán.
La señora Fernández está en una posición más débil de la que estaba su marido. Muchas encuestas de opinión recientes le dan un nivel de aprobación de sólo el 35 por ciento. El señor Kirchner utilizó un generoso sistema de transferencias de recursos para comprar el apoyo de los gobernadores provinciales e intendentes. Pero le está siendo más difícil lograrlo a su esposa.
Para compensar los gastos preelectorales del ex presidente Kirchner, ella aumentó en marzo los impuestos a las exportaciones agrícolas. Entusiasmados por los precios récord de las commodities a nivel mundial y un tipo de cambio favorable, los agricultores habían aceptado hasta ese momento las retenciones a regañadientes. Pero el aumento de los impuestos junto a la suba inflacionaria redujero el margen de rentabilidad de la soja a sólo 6%, por ejemplo. Los productores lanzaron una campaña sin precedentes de piquetes, cortes de rutas y cacerolazos en las ciudades.
Desconcertada, la respuesta de Fernández fue elocuentemente autoritaria e indigna de un estado. Acusó a los agricultores de avaros y, lo que era improbable, de pretender un golpe militar. Piqueteros a sueldo del Gobierno fueron largados contra los campesinos y quienes los apoyaron. Les salió el tiro por la culata. “Cristina consiguió en tres semanas lo que los agricultores no pudieron hacer en 50 años: unirse”, dijo Gustavo Martínez de la Universidad de El Salvador de Buenos Aires. Los productores suspendieron la protesta para permitir el diálogo. El Gobierno parece estar buscando la manera de volver atrás.
Incluso en materia de política exterior, en la que el ex presidente Kirchner no mostró demasiado interés, la señora Fernández ha tenido poco éxito. Su anunciado deseo de mejorar las relaciones con Estados Unidos fracasó el complicado embrollo de la financiación de su campaña electoral. El año pasado, agentes de la Aduana del aeropuerto de Buenos Aires incautaron 800.000 dólares en efectivo que llevaba Guido Antonini de Wilson, un venezolano-americano que había llegado en un avión privado alquilado por el Gobierno argentino. Dos días después del inicio de la gestión de Fernández, fiscales estadounidenses imputaron a cinco hombres que dijeron haber sido amenazados por Antonini, que vive en Miami, y afirmaron que tenían pruebas de que aquel dinero estaba destinado a su campaña presidencial.
La Presidenta parece culpar al gobierno de Estados Unidos, y no a sus tribunales, por lo que ella llama “una operación” en su contra. Una reciente visita a Europa realizada el mes pasado, se vio reducida debido a la protesta del campo. Mientras la inversión extranjera se vuelca a la vecina Brasil, Fernández no ha hecho nada para asegurarle a los inversores que podrán gozar de políticas de Estado previsibles mientras que ella esté en el poder. El Gobierno firmó esta semana un contrato por $3,7 mil millones para un tren de alta velocidad desde Buenos Aires a Córdoba, el primero de este tipo en América Latina, pero será pagado contrayendo deuda.
La señora Fernández todavía tiene mucho tiempo para corregir sus errores. Ella ha sido bendecida con una débil y dividida oposición. Su marido se ha erigido a sí mismo como presidente del partido peronista, aún la más formidable maquinaria política de la Argentina. Pero el principal soporte de la pareja se está reduciendo a no mucho más que las clases bajas urbanas organizadas por esa maquinaria.
Después de su accidentado comienzo, la señora Fernández está siendo comparada con Michelle Bachelet, la similar desventurada presidente del vecino Chile, con quien mantiene una buena relación. Pero al menos la señora Bachelet está haciendo su propios errores. En Buenos Aires se sospecha que Cristina está pagando el precio de la testarudez de su marido, aunque ése es un rasgo que comparten. La edad de oro de “los Kirchner” terminó, dice Sergio Berensztein, consultor político. “Ahora, ellos tendrán que acostumbrarse”".