En "Las crónicas de Spiderwick", tres hermanos revelan la existencia de un mundo fantástico y descubren que allí hay tantos conflictos como en el mundo real
La literatura y el cine infantil tienen un tópico que se repite, a esta altura, al infinito. El procedimiento es medianamente sencillo. Por un lado, se coloca al mundo real, con sus agobios, sus conflictos, su rutina, sus obligaciones y su infaltable dosis de redención, necesaria para hacerlo soportable. Del otro lado, se coloca un mundo desconocido, generalmente fantástico, lleno de misterios y de aventuras.
Quizás el pionero del tema en el mundo moderno haya sido Lewis Carroll, que hizo que la pequeña Alicia cayera en la madriguera de un conejo y apareciera en el País de las Maravillas. Luego apareció James Barrie y su Peter Pan volando hasta el País de Nunca Jamás y la cosa ya no se detuvo. Harry Potter y su mundo oculto de hechiceros, los protagonistas de Las Crónicas de Narnia y su universo medieval detrás del ropero y hasta los españoles del Laberinto del Fauno son ejemplos recientes de cómo este mecanismo narrativo sigue dando resultados.
“Las crónicas de Spiderwick” recorren el mismo camino. Aquí se trata de tres hermanos (dos de ellos gemelos) que se mudan a la vieja mansión de sus antepasados y descubren allí la existencia de un mundo paralelo, habitado por ogros y hadas, cuya clave está cifrada en un libro. Este libro, que contiene la descripción y el estudio de cada una de las especies fantásticas, fue escrito por su tío abuelo y su posesión posibilitaría, en las manos equivocadas, el dominio sobre este mundo de hadas.
El argumento no es, si nos ponemos estrictos, un dechado de originalidad. Pero el mérito de este filme (basado en la serie de libros que desde 2003 vienen publicando Tony DiTerlizzi y Holly Black) no es precisamente la trama, que mal que mal uno puede ir imaginando a medida que transcurre la película.
Lo interesante de este trabajo de Mark Waters (“Chicas pesadas”, “Un viernes de locos”) es aquello que sucede en el mundo real, aquello que no está del todo contado y que apenas se deja ver. La primera pista que nos permite ver Waters es que estamos en presencia de una familia dolorida. Una familia compuesta por una madre que llega a una nueva ciudad en busca de una segunda oportunidad, tras el fracaso de su primer matrimonio.
Y luego están los chicos, los verdaderos protagonistas de la historia. El rol principal lo lleva el personaje de Jared, lo que se dice un “chico problemático”. Jared no se saca los auriculares de sus oídos para escuchar a su madre, Jared golpea con una rama el coche de la familia, Jared tiene a todos cansados con su rebeldía, Jared extraña a su padre y se ilusiona con volver a verlo. Su hermano gemelo Simon, en cambio, es un chico retraído, que busca no entrar en conflictos, que intenta dedicar sus días a cultivarse. Y entre ellos está Mallory, la hermana mayor, que intenta soportar el desajuste general de la familia mientras practica su esgrima.
La profundidad de estos personajes, algo que Hollywood no siempre se esfuerza por lograr, le otorgan a “Las crónicas de Spiderwick” cierta dignidad que no es del todo usual en el cine para chicos. Detrás de las animaciones computadas que dan vida a los ogros, las hadas y demás criaturas mitológicas, alguien se ha tomado el trabajo de contar aquí una historia.
Si a esto le sumamos que los hermanos gemelos Jared y Simon están interpretados por el adolescente Freddie Highmore (“Charlie y la fábrica de chocolate”, “La brújula dorada”, “August Rush”), uno de los más eficaces actores precoces del momento, se le puede empezar a dar cierto crédito al asunto.
Es muy posible que “Las crónicas de Spiderwick” no deslumbre a los adultos, aunque deberán admitir que es un trabajo respetuoso. Y, seguramente, los chicos (aunque no excesivamente chicos) inclinados a la exploración de mundos desonocidos van a agradecer haberla visto. Tal como a otras generaciones les ocurrió con “Laberinto” o “El cristal encantado”.