La altura parecía no jugarle a favor al equipo de Ramón Díaz. Pero en el segundo tramo, Romeo, Chávez y Aureliano Torres marcaron y se llevaron el triunfo ante un inestable Potosí de local
Muchos aseguran que san Lorenzo alcanzó el milagro. Es que a 3.967 metros sobre el nivel del mar, nadie nada un centavo por el equipo de Boedo. Lo cierto es que el Globo se llevó un merecido 3a 2 con Potosí, en tierra visitante.
El equipo argentino apostaba a algún contraataque eléctrico, con sus dos solitarios delanteros -muy esporádicamente se les acercaba algún volante- y los locales eran muy prácticos y sencillos.
Se apropiaban de la pelota, la hacían correr casi siempre por las bandas, en mayor proporción por la derecha, donde Gatti Ribeiro subía y subía. Y lastimaba reiterando la misma acción: se proyectaba, enganchaba y tiraba el centro.
Además, Loaiza le ganaba las espaldas al Chaco Torres y a Hirsig, y era uno de los principales generadores de juego del equipo boliviano. Y el argentino Sillero (nació en Salta; jugó en Gimnasia y Tiro y Atlético Tucumán) era vital, poco vistoso pero tremendamente efectivo, aguantando la pelota y mostrando equilibrio y practicidad.
San Lorenzo pudo abrir la cuenta. A los 8 minutos salió el pelotazo de Aureliano Torres para dejar en excelente ubicación a Romeo. Pero el arquero Suárez se quedó con el remate del atacante. Y la más clara de todos tuvo otra vez como protagonista a Romeo, a los 14 minutos, estrellando un tiro en el travesaño. Romeo derrochaba entrega y esfuerzo, y generaba espacios intentando encender la luz ofensiva.
Apenas tres minutos después de ese remate de Romeo en el travesaño, Loaiza levantó la cabeza, desde 25 metros, apuntó y sacó un espléndido derechazo que entró por el ángulo superior derecho de Orión. Fue el 1 a 0 y un fuerte golpe anímico a la mandíbula de San Lorenzo.
Este golazo descontroló al equipo de Ramón Díaz, que no encontró actitud, colectiva o individual, para remontar la situación. Prefirió ensuciar el juego, buscar los roces y hasta golpear al rival cuando lo más aconsejable hubiera sido serenarse y pensar.
A ninguno de los 18.000 hinchas locales, y tampoco al centenar de hinchas de San Lorenzo presentes en el estadio, les extrañó la llegada del segundo gol. Ni la forma en que llegó.
Fue una jugada que Potosí repitió varias veces: se proyectó Gatti Ribeiro por afuera, enganchó hacia adentro y le dio un pase exacto al uruguayo Alvaro Pintos, que cerró a pura fantasía: eludió a Orión, enganchó con su pie izquierdo, hizo pasar de largo a Aguirre y definió de derecha.
Los cambios, con Bilos usufructuando su altura y la presencia ofensiva de Chávez, sumados a la caída de nivel de Potosí, que sufrió la expulsión de Galindo, le cambiaron el rumbo al segundo tiempo. Con Romeo como gran estandarte de la hazaña, San Lorenzo llenó la cancha de fervor y personalidad. Achicó cifras con un frentazo de Romeo, sellando un tiro libre de Aureliano Torres, a los 26. Gritó fuerte el empate, a los 34, con otra aparición de Romeo y un frentazo que dio en el poste para que el pibe Chávez, desde el piso, convirtiese el gol.
Y faltaba la frutilla del postre: casi sobre la hora, Bergessio fue víctima de una falta dentro del área y Aureliano Torres se encargó de convertir el penal con un zurdazo al palo izquierdo del arquero. Contra la altura, contra la desventaja, contra todo, llegó el milagro, justamente estando a un pasito del cielo.