Hace 45 años se mataba uno de los tres más grandes pilotos de TC de toda la historia.Juan Gálvez fue un múltiple campeón y sobre todo uno de los últimos pilotos mecánicos
Por Roberto Aguirre Blanco
La lluvia, el fango y esa maldita 'ese' a 45 kilómetros de la localidad bonaerense de Pourtalé fueron los mudos testigos, aquél 3 de marzo de 1963, del final de una de la figuras fantásticas que dio el Turismo Carretera, el múltiple campeón Juan Gálvez, quien inmortalizó su pasión perdiendo la vida en su ley, peleando el primer lugar de una carrera.
Hace 45 años hubo silencio y dolor. Cuando el motor del Ford azul de Juancito se calló definitivamente, tras chocar con un montículo de tierra y despedir del vehículo a su conductor, y el automovilismo argentino perdía al máximo campeón del TC e ícono del deporte motor.
Tenía 47 años, nueve títulos sobre sus espaldas, 59 triunfos, cinco de ellos en grandes premios de la República, y la devoción de miles de amantes de los fierros que lo tenían junto a su hermano, Oscar, en la cima del Olimpo deportivo.
Juan Gálvez, con su carácter metódico, perfeccionista e introvertido, estuvo allí, en la largada de la Vuelta de Olavarría, a pesar de los consejos de su hermano,
decidido a dar batalla a los nuevos dueños del TC, los hermanos Emiliozzi, en su propio terruño, desde la apertura de la temporada.
Juancito, que había debutado en el Turismo Carretera como acompañante de su hermano en la década del '30 y saltó a la independencia deportiva en 1941, punteaba con nueve segundos de diferencia sobre los Emiliozzi -quienes descontaban metro a
metro- cuando en una triacioneara 'ese', conocida como 'Camino de los chilenos', perdió el control de su vehículo y desató la tragedia.
Como era ya una costumbre, Juan corría sin usar el cinturón de seguridad, y su cuerpo fue despedido tras golpear la cabeza contra el techo lo que le ocasionó la fractura la vértebra cervical.
Un estratega innato que siempre estuvo lejos de la improvisación, de la aventura, aunque a la hora de correr demostró en decenas de oportunidades sacar de la galera la magia de lo impensado.
Junto a "Aguilucho" compartían la virtud de ser dos formidables mecánicos, una condición fundamental que -sumado al talento para conducir- los hacía verdaderos genios en las rutas.
"Juancito" se enorgullecía en silencio de poder cambiar en 21 minutos un puente trasero o en 42 podía cambiar las bielas del Ford.
"Juancito" quedó tendido en esa curva bonaerense, pero su amor a los 'fierros' y la idolatría del pueblo del TC lo resucita en cada largada de la categoría más popular, porque su nombre es grandeza y también pasión.