Lo hecho por Los Pumas en el mundial de rugby puede calificarse de muchas formas, desde histórico, heroíco o hazaña, pero me parece que lo mejor sería catalogarlos de campeones, porque más allá de que no se hayan quedado con la Copa del Mundo, lo que hicieron fue para sentirse orgullosos de ellos.

Ojalá no haya sido el último partido del capitán Agustín Pichot, por la magia que le agrega a un equipo lleno de valor.

El mundial dejó hechos para ser destacados, como las dos victorias ante Francia, en el primer y último partido del mundial. El tercer puesto, obviamente. Los triunfos ante Irlanda y Escocia. Pero sobre todo la demostración de que el rugby argentino pide a gritos un lugar en el mundo, que por derecho propio se ha ganado.

La historia dirá que pese a todas las adversidades, 30 hombres del rugby argentino dejaron parado bien en alto la historia de este deporte.

Se habrán cometido errores, seguramente. Tal vez deba haber cosas por mejorarse, también es cierto. Pero lo que no es menos cierto que Argentina no puede ser dejada de lado.

El coraje, la unión de grupo, la solidaridad y la eficiencia, fueron las herramientas que Los Pumas exhibieron como bandera cada vez que entraban a la cancha.

Desde la emoción de cantar el himno todos juntos y con lágrimas en los ojos, hasta soportar roces, cruces y choques con rivales que -a priori- eran superiores a ellos, los hace ser acredores del respeto y el aplauso general.

La siembra ya pasó, llegó el tiempo de la cosecha. Los Pumas crecieron y le mostraron a todos que pueden seguir siendo protagonistas. Gracias campeones.