Por Adrián Taccone
Ortega ganó su mejor partido, el propio
5 de noviembre de 2006
Todos lo esperaban con los brazos abiertos. Todos comprendieron que había que ayudarlo. Recibió la solidaridad de aquellos que son sus amigos y de quienes lo enfrentaron muchas veces.
Ariel "burrito" Ortega debía ponerse bien consigo mismo, para luego poder hacer algo por los demás.
Tocó fondo y le pidió a Daniel Passarella tiempo para poder recuperarse, someterse a un tratamiento por su adicción al alcohol, y así superar su oscuro presente.
Esa lucha interna le hizo perderse el superclásico ante Boca, pero a los 31 años estaba jugando el partido más importante y duro que la vida le podía proponer.
Algo más de un mes estuvo sin jugar al fútbol de forma profesional, pese a que todos insistían con su regreso, Passarella dijo que lo pondría "cuando lo vea bien", dado que no es sencillo volver, y menos de la situación por la que Ortega había atravesado.
Una tarde de lluvia, en su casa, el estadio Monumental, ingresó con el partido definido, en el clásico frente a San Lorenzo. River ya ganaba 3-0, el arquero Juan Pablo Carrizo le había atajado un penal a su colega Sebastián Saja y los hinchas de River no temían por nada.
Bastó que su figura se acercara a la línea de cal para que una ovación le de la bienvenida. Los primeros minutos en cancha fueron para ubicarse, encontrarse, volverse a sentir útil.
Pero a los 68 minutos, capturó un balón en mitad de campo, con un amague hizo pasar de largo a un defensor de San Lorenzo e inició el recorrido a lo que sería una verdadera perla.
Picó el balón por sobre el cuerpo de Saja y salió festejando el gol con la camiseta al viento. Se abrazó con Daniel Passarella y volvió a ser feliz. Ya había ganado su partido.