"El campeonato no es serio", fue la frase disparadora de Daniel Passarella luego de que River llegara a la punta del torneo Apertura, y la verdad, por más que a algunos pueda caerle mal, es que tiene razón.

¿Cómo puede un entrenador planificar el futuro de su equipo sabiendo que la tabla de posiciones puede modificar en cualquier momento por cuestiones ajenas a él?

¿La AFA tiene en claro que lo que realiza está a contramano de lo que sucede en las mejores ligas del mundo?

¿Es normal que haya -al disputarse 12 fechas- cuatro partidos suspendidos, con finales inciertos y en los cuales dos tiene como protagonista a Boca, uno de los candidatos al título?

Son muchos interrogantes, podrían sumarse muchos más, pero si uno se despoja de cualquier camiseta o bandera, se dará cuenta de que las desprolijidades están a la orden del día en el fútbol argentino.

Cuando no es un incidente entre hinchas y policías, es un presidente de un club que amenaza a un árbitro en pleno entretiempoi de un partido, o un irresponsable que le arroja un proyectil a un juez de línea o bien la controversia judicial entre un juez y los organismos de seguridad, lo cierto es que los partidos no terminan, el campeonato entra en etapa de definiciones pero que no sabe a ciencia cierta cómo termina.

Muchos se olvidan, pero estos desaguisados siempre estuvieron en este fútbol argentino, que se dice de primer mundo, pero actúa con un grado de desorganización que asusta y hasta ya no llama la atención.

El país estaba en llamas, los presidentes se sucedían en el sillón de la Casa Rosada como en un cambio de figuritas, pero a los hinchas de Racing lo único que les interesaba era salir campeones.

El 27 de diciembre de 2001 lograron romper la sequía de 35 años sin títulos.

Algunos estaban contentos en medio del caos generalizado en un país que tocó fondo.

La última fecha del Apertura de ese año se completó en el 2002.

Si eso sucedió hace cinco años y las cosas no cambiaron, nada hemos aprendido.