El macrismo considera haber cumplido con las pretensiones de inversores para volver a poner en el radar financiero internacional a la Argentina, pero los mercados parecen exigir un ajuste brutal para reducir el déficit, que de aplicarse puede terminar en caos social
El Gobierno empieza a sentir una sensación amarga y hasta cierta desilusión con el establishment financiero, al que parecen no alcanzarle las ´pruebas de amor´ dadas por Mauricio Macri desde el primer día que llegó al poder. La última mala noticia la dio Morgan Stanley, al decidir mantener otro año a la Argentina en los peldaños más bajos entre los destinos de inversión, apenas unas horas después de que el gobierno celebrara la colocación de un bono a "100 años".
A las consecuencias iniciales de ese informe adverso para el país se las bautizó "Efecto frontera", porque la Argentina quedó en la categoría de mercado "fronterizo", cuando los agentes bursátiles esperaban que lo subiera a "emergente", lo cual habría disparado un supuesto aluvión de fondos hacia el país.
La mejora no llegó y dejó a muchos optimistas -gobierno incluido- colgando de un pincel sobre una escalera a la que le faltan varios peldaños.
El macrismo considera haber cumplido con todas las pretensiones de los inversores para volver a poner en el radar financiero internacional a la Argentina, pero esa expectativa no llegó a convertirse en realidad.
Una de las primeras preocupaciones de Macri apenas asumió fue llegar a un acuerdo con los fondos buitre, luego de años de un litigio interminable que había convertido al país en mala palabra para los inversores mundiales.
La política "amigable" hacia los mercados incluyó decenas de medidas para intentar dejar atrás una década de intervencionismo estatal.
La política del kirchnerismo destinada a perpetuarse en el poder distorsionando cuanta variable había en la economía terminó, por ejemplo, dejando a la Argentina sin energía y creando un Estado elefante que aplasta la iniciativa privada mediante una presión impositiva cada vez más asfixiante.
Esa energía debió ser importada a un alto costo, mientras se tejía un entramado de relaciones nunca del todo claras con Venezuela y sus cuestionables embarques de gas licuado.
Hay todavía dudas sobre las razones que llevaron al influyente Morgan Stanley a dejar pasar la mejora en el boletín de calificaciones de la Argentina para más adelante.
Algunos sostienen que los inversores quieren forzar un plan económico más ortodoxo, que incluya un ajuste más poderoso al aplicado hasta ahora, tal vez sin tener en cuenta que podría provocar un estallido social de grandes proporciones que convierta a la Argentina en Venezuela, pero por otro camino.
Cerca de Macri aseguran que ese reclamo de "ajuste salvaje" por parte de los mercados nunca estuvo siquiera en consideración, y que siempre se tuvo claro que el "reacomodamiento" de las variables económicas debía ser "gradual".
Por ahora, los inversores están a la espera de ver si esa estrategia funciona, mientras prefieren seguir colocando deuda en el país a gran escala, pero no arriesgar capitales en inversiones productivas de largo aliento.
Los mercados, se sabe, carecen de corazón y hablan con el bolsillo, preocupados por las utilidades de las empresas cotizantes y las probabilidades de que un Estado soberano pueda pagar los bonos que emite. No les interesa mucho más.
Néstor Kirchner encontró ese punto débil en la lógica de la ortodoxia económica, y lo capitalizó políticamente.
Advertía cada vez que podía que "los muertos no pagan las deudas", en el marco de la dura negociación con los acreedores en el primer canje, que incluyó una fuerte quita.
Su viuda, Cristina Fernández, quiso ir "por todo" y creyó que esa estrategia pendenciera podía llevarse hasta el infinito.
Sostuvo un modelo artificial -profundizado y perfeccionado durante su segundo mandato- donde se llegó a inventar casi todo lo que ocurría en la economía.
Manipuló la inflación, ocultó la pobreza, disimuló el valor del dólar -vía cepo cambiario- y repartió plata a granel en subsidios producto de una emisión monetaria de fantasía, que le permitió aguantar hasta el final del segundo mandato dejando una herencia que algunos calificaron de "Plan Bomba".
Justamente, la reaparición de la ex presidenta parece ser lo que más inquieta a los inversores que Macri pretende seducir.
Les preocupa que el país se vuelva ingobernable si se produce un escenario adverso en las elecciones de octubre que impida avanzar en el cambio de rumbo durante los dos últimos años de mandato de Cambiemos.
Lo que tal vez no terminen de comprender los referentes del establishment es que de cumplirse ese escenario, tal vez hayan sido grandes responsables -por ejemplo remarcando precios, siendo mezquinos a la hora de arriesgar su capital y despidiendo gente sin miramientos- de que la Argentina no haya podido prosperar en el ´cambio´ que ellos mismos impulsaron.