Cada vez más alejada de la gente, pareció no captar en su plenitud el mensaje del "8-N", cuando la clase media despreciada periódicamente por sectores del Poder Ejecutivo, reclamó correcciones
La presidenta Cristina Fernández pareció no captar en su plenitud el mensaje del "8-N", cuando la clase media despreciada periódicamente por sectores del Poder Ejecutivo reclamó correcciones en materia económica y política. Si bien dijo estar poniendo "todo lo que tenía", la jefa de Estado pareció no mensurar el daño que el cepo cambiario, la presión impositiva y el avasallamiento de libertades individuales con un Estado cada vez más parecido a un "Gran Hermano", le están causando a vastos sectores de la Argentina.
Lejos de escuchar algo de lo que se reclamó el jueves del "(8N)", en lo que tal vez fue la movilización más grande desde el retorno de la democracia en 1983, Cristina apeló a la ironía, ese lugar donde se siente cómoda cuando las cosas le salen mal: "Ayer ocurrió algo muy importante, el congreso del Partido Comunista chino", ironizó.
La Presidenta pareció dejar claro así que hay sectores que no entran en el universo político kirchnerista, pero tal vez enojada por el bullicio de 25 mil personas que no la dejaron dormir en Olivos, la emprendió -cuando no- contra los medios de comunicación, al decir que "si escuchás a uno o dos, no estás eligiendo un cazzo".
"Cazzo" es una grosería utilizada en Italia para llamar al pene, aunque en España también la utilizan como "coño".
Dejando las finezas presidenciales de lado, Cristina sintetizó en una frase su problema para entender lo que está ocurriendo con la economía argentina: "¡Tanto lío con el turismo y los viajes!", dijo la mandataria.
La megamovilización del jueves, estimada en más de un millón de personas en todo el país, no está preocupada solo por el turismo y los viajes.
El principal reclamo de quienes protestaron se llama "inseguridad", un fenómeno que describe situaciones como cuando alguien va a ingresar con el auto a la casa y lo matan de un tiro, o cuando sale del banco y un motochorro le roba, o cuando secuestran a toda una familia para recorrer cajeros y, no contentos con eso, se hacen llevar a la casa de las víctimas y saquean todo.
Ese fenómeno se agudizó con fiereza durante nueve años y medio de kirchnerismo, a pesar del crecimiento a tasas chinas, en un agudo proceso de marginalidad que el Estado se muestra incapaz de orientar y mucho menos de reprimir, y que organizaciones filokirchneristas como Vatayón Militante hasta parecen terminar reinvindicando.
La Argentina tiene demasiadas zonas que la teoría política englobó en el término de los "Estados fallidos", donde la autoridad estatal es incapaz de controlar la convivencia y garantizar los mínimos derechos humanos.
El segundo gran reclamo de los manifestantes del 8N estuvo vinculado con la inflación, cuya negación sistemática por parte de la presidenta terminó de alterar los ánimos de millones de argentinos.
"Lo peor ya no es que lo niegue, sino que sea impotente para combatirla", decía una pareja de jóvenes que marchaba por avenida Corrientes rumbo al Obelisco portando una banderita argentina. La presidenta no parece comprender que por más asignación por hijo que aplique, si la plata se licúa cada vez más rápido en la caja del supermercado como consecuencia de la inflación que ni siquiera reconoce, el drama social se acentuará.
Lo que también duele a muchos es que encima del daño provocado la Presidenta niegue la existencia de un cepo cambiario, una medida de intervencionismo sobre la propiedad privada nunca vista en la Argentina en procesos democráticos.
La prohibición de la compra de dólares se debió tomar por la desconfianza que la gestión cristinista provoca entre los inversores con sus permanentes cambios de reglas de juego, y porque en un año y medio más el Banco Central se hubiese quedado sin reservas, cuyo verdadero nivel es de 32.000 millones de dólares, y no los 45.000 millones que Mercedes Marcó del Pont manda a informar escuetamente todos los días, sin entrar en detalles.
Otro manifestantes contaban historias sobre cómo la decisión presidencial de cambiar de un día para el otro las reglas de juego los dejaron sin su primera vivienda, ya que se habían comprometido a abonar cuotas en dólares y la devaluación real del 35 por ciento -lo que hay que pagar en el mercado paralelo- los dejó fuera de juego.
Algunos jubilados, con improvisados carteles, se preguntaban también por qué la ANSeS no puede pagar el 82 por ciento móvil pero sí le puede transferir al Tesoro 80.000 millones de pesos para hacer frente a gastos corrientes.
Tal vez demasiado confundida por las adulaciones que le había hecho minutos antes un grupo de intendentes, Cristina minimizó en la Casa Rosada el movimiento popular espontáneo más importante de la reciente historia democrática.
Aquí radica otro problema del sistema de gobierno implementado por la mandataria: los funcionarios se dirigen únicamente para elogiarla o aplaudirla, formando una claque incapaz de marcarle la necesidad de corregir una medida.
En un contexto de sequía económica, Cristina le vuelve a encender velas a la soja, justamente el sector que defenestra y desprecia habitualmente el kirchnerismo.
La impactante movilización del jueves tal vez no cambie la relación de fuerzas políticas, pero es valiosa como expresión de vastos sectores sociales que no solo no se sienten representados, sino que se consideran perjudicados por las medidas del gobierno.
Tal vez, como rezaba uno de los carteles más originales de la movida noche del jueves, a Cristina le haya llegado la hora de dejar a un lado el micrófono de la cadena nacional y ponerse auriculares para escuchar la voz de todos y todas.