Por José Calero
Un problema que el gobierno se rehúsa a admitir
11 de junio de 2010
La inflación, que día tras día erosiona los bolsillos de los argentinos, se va convirtiendo en un problema crónico que el Gobierno, por razones de especulación política, se niega a admitir.
El INDEC asegura, sin ponerse colorado, que en los primeros cinco meses del año los precios subieron apenas 5,1 por ciento, y el razonamiento inmediato del equipo económico es que con ese nivel de aumento de precios huelga la necesidad de armar un plan anti-inflacionario.
Así, sin política visible para frenar la disparada de precios, que no por haberse atenuado en las últimas semanas ha desaparecido, será muy difícil evitar la evaporación de los ajustes salariales que se vayan obteniendo por paritarias.
Pero, aún peor, el costo de vida pega en la línea de flotación de los sectores que trabajan en negro, de aquellos que no tienen ocupación alguna -muchos desde hace años- y también sobre los 180 pesos que reciben las familias pobres con la asignación por hijo.
Si, como dice el INDEC, los precios subieron apenas 10,7 por ciento en los últimos doce meses, por qué razón los gremios están cerrando acuerdos que tienen un piso del 25 por ciento y un techo que llega hasta el 50 como en el sorprendente caso de los curtidores.
Los gastronómicos de Luis Barrionuevo, enrolados en el antikirchnerismo, reclaman un 40 por ciento, pero los camioneros de Hugo Moyano, alistados en el ultrakirchnerismo, piden un 31.
O algo no cierra en la ecuación precios oficiales-salarios, o la Argentina pasará a convertirse en un caso de manual, como el país que logra para sus trabajadores una recuperación del ingreso inédita en la historia.
Si lo que dice el INDEC fuera cierto, el ex presidente que quiere volver a ser presidente, Néstor Kirchner, podrá utilizar como caballito central de su campaña electoral que la política K logró recomponer los salarios a un ritmo del 20 por ciento anual, y así se encamina a alcanzar el `bronce`.
Semejante argumento sería ideal para un candidato si fuera cierto, y si el espejismo de las cifras oficiales no siguiera sorprendiendo a los millones de argentinos que día tras día hacen sus compras en los supermercados, contratan algún servicio que no
esté subsidiado por los miles de millones del Estado o pretenden sacar un crédito para adquirir un auto o una casa.
Tal vez sobre la falacia de las cifras oficiales se construya una campaña electoral basada en el espejismo del "fifty-fifty", pero difícilmente pueda construirse un país de equilibrios y unidad sobre la base de estadísticas cada vez menos creíbles.
Sin solucionar el problema de la inflación -entre otros que no son motivo de análisis económico sino político, como la inseguridad-, la Argentina podrá crecer 6 por ciento este año, el superávit de la balanza alcanzar los 15.000 millones de dólares y
la plata de los jubilados las retenciones seguir usándose para tapar los cada vez mayores agujeros en distintas órbitas, pero la realidad de los argentinos mejorará poco, y para muchos empeorará.