Por José Calero
Confusión sobre el rumbo económico
11 de octubre de 2009
La política económica oficial sigue generando confusión entre inversores y analistas, porque cuando se parecía avanzar en un regreso decisivo a los mercados voluntarios de deuda, volvieron los fantasmas de la desconfianza y los condicionamientos típicos
del estilo de administrar del kirchnerismo.
Como si todo se tratara de un juego donde abrir la puerta a una negociación fuese una señal de debilidad, la ambiciosa gestión del ministro Amado Boudou ante el FMI en el marco de la cumbre de Estambul, se fue desdibujando a medida que el joven e inquieto
funcionario se acercaba a Buenos Aires.
En Turquía, Boudou se mostró exultante por los resultados de su gestión, consciente de que sin un regreso ordenado al Fondo renegociar la deuda y poner la casa en orden sería imposible.
Por eso se preocupó en destacar que el FMI volvería a monitorear la economía argentina pero, cuidadoso de las formas ante las conocidas susceptibilidades del matrimonio presidencial, aclaró que la visita del Fondo tendría un carácter eminentemente "técnico".
Pero ni eso pareció alcanzar para que desde Olivos hicieran un llamado al orden y parecieran advertirle al jefe de Economía que la Argentina "ni un paso atrás, ni siquiera para tomar impulso", parafraseando al cubano Fidel Castro.
Así, una misión acordada a la que sólo había que fijarle fecha, disparadora del buen humor en los mercados, se transformó rápido en apenas un contacto sobre el cual aún no había nada acordado, porque la Argentina, con toda su solemne soberanía a cuestas,
evaluará si finalmente acepta.
La inquina del matrimono Kirchner con el FMI, y con casi todo, tiene fundamentos sólidos si se recuerdan los desaguisados y malas jugadas que el organismo hizo en el pasado.
Pero sería un error creer que el país está en condiciones de continuar librando batallas contra molinos de viento, dejando que naciones con políticas de Estado y rumbo cierto, como Brasil, nos sigan desalojando del escenario internacional, dejándonos pegados a regímenes cada vez más cuestionados, como el de Hugo Chávez en
Venezuela.
La Argentina necesita amigarse con el mundo en un pie de dignidad y reinsertarse en la comunidad financiera internacional para potenciar su enorme capital humano y su riqueza natural, y para ello debe cumplir ciertas reglas de juego básicas, lo cual no
implica arriar bandera alguna.
Como bien entendió un estadista como Lula Da Silva, cuya figura se agiganta gracias también a los errores de sus vecinos sudamericanos, es imposible crecer peleándose con todo el mundo.
Al contrario, la Argentina necesita ganar amigos y entender que ser poderoso no siempre es sinónimo de poco confiable, un viejo dogma de cierta ingenuidad de izquierda, que atrasa 40 años pero parece ganar cada vez más adeptos en un oficialismo que se va radicalizando a medida que pierde apoyo popular.
Es ese ideologismo vacío de contenido el que ha impedido al modelo kirchnerista capitalizar el "huracán de cola" -ya no sólo viento- con que se benefició su administración entre el 2003 y el 2007.
La situación se terminó de complicar durante la gestión de Cristina que, ya sin la suerte de Néstor, pareció apostar a ir sumando enemigos en el escenario económico, y, para peor, sin un contexto internacional favorable como el que benefició a su marido.
Ahora, la incertidumbre sobre un regreso ordenado al Fondo Monetario, capaz de destrabar la refinanciación de deudas con el Club de París y reabrir el canje para los bonistas ‘holdouts’, volvió a quedar entre signos de interrogación.
Los compromisos impagos a los países ricos del Club de París y a los poseedores de títulos de deuda convertidos en ‘papel pintado’, suman más de 30.000 millones de dólares.
Un total de 7.700 millones de dólares representan las obligaciones con el consorcio de países que integran Estados Unidos, Francia y otros, mientras que los títulos aún en el limbo rondan los 23.000 millones de la moneda estadounidense.
A eso se suma que el déficit a nivel local, entre Nación y provincias, se proyecta a los 30.000 millones de pesos para cuando concluya el 2009.
Ante este cuadro de situación, la Argentina debería darse cuenta a tiempo de que la construcción de un modelo económico de desarrollo a largo plazo requiere de un liderago capaz de incluir a la mayor cantidad de actores posible: industria, campo,
finanzas, comercio y servicios, entre otros.
¿Estará el país aún a tiempo de hacerlo?