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Por José Calero
Un país absurdo que se complica solo
29 de marzo de 2008
La Argentina corre el riesgo de ingresar en el libro Guinness de los récords del absurdo, por la persistencia en adoptar medidas extemporáneas en el mejor momento económico de su historia, bombardeando a un sector clave en la recuperación del país con decisiones poco claras teñidas de una visión centralista, que otra vez dejan fuera de la ecuación al "interior profundo" y preocupan a la comunidad por sus consecuencias.

Algo está claro: Gobierno y campo deberán resignar, con responsabilidad, parte de sus demandas, para que este conflicto, el más grave de la corta gestión de Cristina Kirchner, se pueda destrabar, y así millones de argentinos no queden rehenes del
desabastecimiento de carnes, lácteos, frutas y verduras, y encima deban soportar alzas de precios que, ya de por sí, vienen siendo mayores a los que "dibuja" el INDEC.

Desde la óptica de los grandes inversores, de nuevo la Argentina se complica sola y va camino de desaprovechar la oportunidad de construir grandes consensos aprovechando la cresta de la ola en la demanda mundial de alimentos.

"Argentina es un país lleno de sorpresas que crece a tasas superiores a 8 por ciento durante más de cinco años pero enfrenta manifestaciones en sus principales ciudades y zonas rurales", describió con precisión quirúrgica la calificadora Standard & Poor’s en un llamativo y crudo informe.

Incluso, la influyente calificadora deslizó la posibilidad de reducir la nota de la deuda soberana de la Argentina si persiste el conflicto con el agro, una decisión que al país le costaría cientos de millones de dólares.

Según el análisis que se realiza en círculos políticos y económicos, la dirigencia política pareció cometer el error de adoptar decisiones entre cuatro paredes, una tentación en la que en el pasado cayeron muchos economistas "iluminados", con
desastroso final.

La decisión se tomó sin siquiera tener la ´delicadeza política´ de establecer consultas con los principales involucrados para medir el impacto de las medidas.

Se cayó de nuevo en la modalidad de hacer grandes anuncios de política macroeconómica desde el ´púlpito´, que involucran intereses de cientos de decenas de miles de familias, para cambiar de manos de un día para el otro miles de millones de pesos.

"Más allá del debate acerca de la efectividad de las políticas que se aplican, un estilo de gobierno basado en la concentración de poder y la ausencia de diálogo suficiente es lo que hoy parece estar detonando un descontento cada vez mayor que, con el tiempo, podría llevar a una baja de la calificación soberana", alertó S&P, en ese comunicado que provocó sorpresa y preocupación en la comunidad financiera internacional.

De nuevo, como ocurrió durante la mayor parte del siglo XX, cierto prejuicio ideológico de corto alcance puede complicar una economía que venía embalada y decidida a concretar seis años de crecimiento consecutivo, una cifra histórica que convertiría al país en modelo para el mundo, el mismo que observa sorprendido como la Argentina vuelve a boicotearse sola.

Desde la óptica de una dirigencia agropecuaria sobrepasada por las bases, el Gobierno, que con Néstor Kirchner siempre habló de discutir desde la "verdad relativa", parece haber dejado de lado ese concepto para acercarse más a la compleja posición de ser "el
único dueño de la verdad".


"Hay gente que todavía no comprende los problemas del interior del país", se quejó con amargura Mario Llambías, el titular de CRA, en la madrugada caliente del sábado tras más de cinco horas de reunión con el gobierno.

Para Eduardo Buzzi, de Federación Agraria, lo del gobierno fue "una puesta en escena para mandar mensajes a la sociedad urbana y a los productores".

Por el paro del agro, que excede a la dirigencia de CRA, Federación Agraria, Sociedad Rural y Coninagro, y tiene amplio consenso entre productores de base cada vez más enojados, ya se perdieron casi 2.500 millones de pesos en impuestos, producción y
empleos, casi la misma cifra que esperaba ´morder´ el ministro Martín Lousteau con el alza de las retenciones.

Por eso la Sociedad Rural pide que ese aumento de retenciones se deje para la próxima cosecha, porque ahora los costos del campo ya están liquidados según los derechos de exportación anteriores.

Está claro que el lock-out patronal de los estancieros y terratenientes –a veces tomados en solfa en centros urbanos que nunca entendieron la lógica del campo- es cuestionable por el daño que provoca en la economía del país, incluyendo un encarecimiento de productos clave para la canasta familiar que afecta a los más
pobres.

Pero también lo es que Cristina podría haber evitado este descalabro buscando consensuar medidas de semejante impacto.

El "modelo productivo"

La propia insistencia de la presidenta en machacar con que el "modelo productivo" arrancó en el 2003 parece un ´error´ histórico de concepto.

El "modelo productivo" se inició como pudo a principios del 2002, casi en medio de la nada provocada por el triste final de Fernando de la Rúa, cuando el ahora ignorado presidente Eduardo Duhalde, el mismo que le ofreció sin suerte en su momento a Néstor
Kirchner ser jefe de Gabinete de su endeble Gobierno, convocó a decenas de industriales a la residencia de Olivos para tomar una decisión que representó un giro de 180 grados -otro más- en el rumbo económico.

Ese día Duhalde le dijo a sus interlocutores que, para no caer en el abismo, la Argentina adoptaría un modelo drásticamente industrialista, con dólar alto y pesificación de deudas incluido, y la mayor contención social posible vía subsidios para jefes y jefas de hogar, y que sobre el agro caería el peso de convertirse,
a través de las retenciones, en los financiadores de los planes sociales para millones de argentinos que sucumbían en la pobreza y el olvido.

En aquellos días de sensación de vacío, el agro terminó aceptando a regañadientes (porque no le quedó otra), su rol en el nuevo escenario, lo cual le fue agradecido por Duhalde en la última semana.

Cuando Néstor Kirchner llegó al poder, justamente de la mano de Duhalde, profundizó y perfeccionó con éxito -gracias al aporte indispensable de un olvidado Roberto Lavagna- este modelo que permitió solidez fiscal, acumulación récord de reservas e
inflación contenida al menos hasta el 2006, pero sobre todo baja de la pobreza y del desempleo, y creación de cientos de miles de pymes en la industria y el agro que conforman un entramado económico clave de sustento al crecimiento.

En ese marco, la presidenta Cristina –que gobierna hace menos de cuatro meses- tiene ahora la oportunidad de llevar ese modelo a una instancia superadora, pero parece haber arrancado con mal pie, ya que uno de los sectores que puede aportar los fondos necesarios para sustentarlo, se levantó con virulencia a lo largo y ancho del país, ante la decisión imprevista e inconsulta de subir las retenciones a la soja, el ´commoditie´ estrella del momento.

Los ruralistas, alentados casi desde la clandestinidad por los gobiernos provinciales y las intendencias, creen que el esquema de subir los impuestos a niveles estratosféricos está agotado y representa una expoliación lisa y llana de sus bolsillos.

En cambio, sostienen que el gobierno debería bucear en mecanismos que permitan el desarrollo federal del país, para que lo recaudado por impuestos retorne a las regiones donde se producen esos ingresos, y así desarrollar no sólo infraestructura,
sino también hospitales, escuelas, universidades, agua potable y cloacas, entre otros servicios que hacen al sentido común.

Así, en medio de los cortes de ruta que tuvieron como rehenes a miles de sufridos camioneros, la pelea innecesaria con el campo, al que un ideologizado sector del kirchnerismo como el que encabezan los inefables D´Elía y Pérsico insiste en identificar con posiciones golpistas, simplificando todo a la lógica controversial del "amigo-enemigo", le hace un flaco favor a una economía que tiene casi todas las herramientas para pasar a lo largo del 2008 del crecimiento al desarrollo sostenido.