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Por José Calero
Salarios y precios, bomba de tiempo
17 de abril de 2006
Cuando arrancó el año, el presidente Néstor Kirchner tenía claro que buena parte de la supervivencia del modelo económico radicaba en contener dos variables clave: salarios y precios.

Todavía está fresco en la memoria de los argentinos lo ocurrido en la década del 70, cuando se desató una loca carrera entre los sueldos y la inflación, que concluyó en un descalabro de proporciones.

"Los salarios nunca le ganan a los precios", suelen advertir los especialistas.

Por eso, Kirchner pretende que la inflación no supere los dos dígitos este año, y para ello no sólo está presionando al sector empresario, sino que discute personalmente con los gremios.

El riesgo es que tanta intervención presidencial termine provocando un modelo económico artificial que finalmente explote, como ocurrió con la convertibilidad.

Pero mejor ir por partes: el primer paso en esta estrategia fue ponerle freno a los reclamos del poderoso gremio de los camioneros, reconociendo un ajuste salarial cercano al 20 por ciento.

Este lunes ocurrirá algo similar con otro sindicato influyente, los mercantiles liderados por Armando Cavalieri, quien acordó con la Cámara de Comercio, presidida por Carlos De la Vega, el mismo ajuste otorgado a los camioneros.

El aumento salarial del 19 por ciento para los empleados de comercio puede provocar un fuerte incremento de costos, en especial para las pymes, como lo demuestran estudios realizados en la CAME.

En realidad, los ajustes salariales comenzaron a darse el año pasado con fuerza en los sectores más beneficiados por esta coyuntura, en especial los vinculados al petróleo y el gas, mientras que los empleados de servicios personales y empresas privatizadas van a la cola, explica Jorge Colina, economista de IDESA.

El segundo tramo de esta estrategia pasa por el "apriete" a los formadores de precios: el Gobierno empezó a convencerse de que mucha responsabilidad en el fracaso de la política de contención de precios de la carne se debía a un eslabón de la cadena difícil de controlar.

En Economía está persuadidos de que los matarifes, un poderoso grupo de empresarios pymes que le venden a las carnicerías, está aprovechando la demanda sostenida para mantener sus niveles de rentabilidad con precios por encima del acuerdo.

Compran más barato en Liniers y siguen vendiéndole a precios estratosféricos a las carnicerías.

El problema es que esa intermediación es muy difícil de monitorear y, según datos que manejan cerca de Felisa Miceli, realizaría un 40 por ciento de sus operaciones en negro.

Tal vez sea una de las razones por las que Kirchner decidió poner al frente de la lucha anti-inflación a Guillermo Moreno, un funcionario "todo-terreno" que en su momento fue una pesadilla para las telefónicas cuando las empresas pugnaban por un ajuste tarifario y él ocupaba la secretaría de Comunicaciones.

Se espera que la llegada de Moreno profundice las políticas para contener los precios, pero también la "mano dura" con inspecciones a carnicerías y matarifes en una operación de pinzas con la AFIP.

El funcionario, que reemplaza a Lisandro Salas, debutará con un dato auspicioso: el gobierno confía en que esta semana empiece a notarse la baja de precios en las carnicerías, con reducciones de hasta el 10 por ciento en algunos cortes.

¿Qué se puede esperar de Moreno? En primer lugar, dureza en la negociación con los empresarios. Pero también, mayor "muñeca" para encontrarle la vuelta al tema de los precios.

Moreno tiene un estilo frontal que, si bien genera prevenciones en el empresariado, tiene la ventaja de que es más expeditivo a la hora de concretar políticas.

Pero el problema de la inflación encierra otros interrogantes de fondo, que van más allá de la intencionalidad política.

Las alzas de precios registradas en rubros como la construcción, la vestimenta o los alimentos, responden también a un fuerte crecimiento de la demanda.

Como sostiene cualquier manual de economía, los bienes son escasos y la demanda, ilimitada. Por eso, si un producto como la carne mantiene congelado su stock en 55 millones de cabezas en los últimos años, suena lógico que el aumento de la demanda empuje los precios.

En Argentina se consumen 61 kilos de carne per cápita, cuando la media mundial es de apenas 9 kilos. Para colmo, las carnes argentinas tienen fuerte demanda en el mundo, y eso hace que también se encarezcan más.

"Tres de cada diez argentinos comen carne vacuna todos los días, ocho de cada diez 4 días a la semana. La Argentina –40 millones de habitantes- representa el 0,6 por ciento de la población mundial pero se alimenta con el 5 por ciento de las carnes producidas en todo el mundo: 2,5 millones de toneladas sobre un consumo de global de 50 millones", sostiene un informe elaborado por el Consorcio ABC de frigoríficos exportadores.

Sin prestarle mucha atención a este punto, el gobierno actúa como si la carne fuese el único producto que aumenta, cuando la mayoría de los alimentos industrializados experimentó alzas enormes desde la salida de la convertibilidad.

Igual, el planteo de fondo que deberá enfrentar Kirchner en algún momento está vinculado con la macroeconomía.

Desde un amplio sector del empresariado advierten que buena parte de la responsabilidad en el alza de precios obedece a que el dólar está sobrevaluado y a que la demanda se recalienta por la estrategia aplicada por el Banco Central para robustecer reservas.

Los empresarios sostienen que el presidente debería prestar atención a estos temas en vez de impulsar "intromisiones" en los precios del sector privado.

Pero desde el Gobierno les contestan en tono subido: "La Argentina vivió un proceso de privatización en el que los sectores económicos más concentrados se hicieron cargo de las áreas rentables del Estado nacional", afirma Edgardo Depetri, titular de la Comisión de Obras Públicas y kirchnerista de la primera hora.

"Lo que hay en discusión con las empresas privatizadas es su alto nivel de rentabilidad y ganancias", agrega, por si quedaba alguna duda sobre el rumbo que pretende imprimir el gobierno.

Igual, el reclamo empresario no cesa. El titular de la poderosa Asociación Empresaria Argentina, Luis Pagani (Arcor), le dijo esta semana a la ministra Felisa Miceli que deberían ponerse en marcha medidas que alienten la inversión a largo plazo, para garantizar el crecimiento sin inflación.

Miceli respondió que el Gobierno marcha en ese sentido y le recordó a Pagani que el sostenido crecimiento económico permitió aumentar exponencialmente la renta empresaria, en especial de compañías como Arcor, principal productora mundial de golosinas.

Pero la ministra tiene temas más acuciantes por resolver en su equipo de colaboradores.

Tras los cambios iniciados hace un par de semanas y que continuaron con el enroque entre Salas y Moreno, puede haber novedades sobre la delicada situación de Miguel Campos al frente de la secretaría de Agricultura.

Campos podría convertirse en los próximos días en el primer funcionario del equipo económico procesado judicialmente, por denuncias recibidas en el manejo de la Cuota Hilton.

Golpeado por el enfrentamiento con los productores y semilleros, el funcionario debería dar un paso al costado si, encima, sufre un revés judicial.

La mala nueva le podría llegar a Miceli en medio de su viaje a Washington, donde tiene agendadas reuniones con el secretario del Tesoro norteamericano, John Snow; el titular del FMI, Rodrigo Rato; y el jefe del Banco Mundial, Paul Wolfowitz.

Como lo hizo su antecesor Roberto Lavagna, aunque con menos énfasis, Miceli cuestionará el rol del Fondo frente a los países en crisis y propondrá una redefinición de sus objetivos.

Esa estrategia le servirá, de paso, para tratar de evitar que se toque un tema sensible como la situación de los bonistas en default.

El gobierno argentino trata de soslayar esta delicada cuestión por todos los medios posibles, pero el riesgo es que algún día le estalle en las narices.