Hablar de “Súper 8” es hablar de una herencia. Una herencia cinematográfica, claro. Apenas uno ve los afiches de la película, hay dos nombres que resaltan: el de su director, J.J. Abrams, y el de su productor, Steven Spielberg. Y luego de ver el filme, uno no puede sino rendirse ante la evidencia de que esos dos nombres son los que impregnan con su impronta toda la cinta.
Puede decirse que Abrams, para quien no lo conozca, es una de las más recientes promesas de Hollywood. Tiene dos largometrajes en su currículum: “Misión imposible III” y “Star Trek: el futuro comienza”. Pero quizás sea más conocido como el cerebro detrás de las exitosas series televisivas “Lost”, “Alias” y “Fringe”. Y en “Súper 8” no sólo es el director, sino también el guionista detrás de la historia.
Del otro lado está Steven Spielberg, cuya inmensa trayectoria es difícil de resumir. Pero para el caso de “Súper 8”, en la que oficia de productor, deberíamos concentrarnos en la primera parte de su obra. Hay que olvidar por un momento al Spielberg de “La lista de Schindler”, “Inteligencia artificial” o “Munich”, y regresar a aquel Spielberg de los 80. El de “E.T.”, el de “Tiburón”, el de “Historias increibles”.
De hecho, si “Súper 8” tuviese que ser puesta en serie con algunas otras películas, los primeros nombres que surgen son la mencionada “E.T.”, “Encuentros cercanos del tercer tipo” (ambas dirigidas por Spielberg) o “Los Goonies” (también producida por Spielberg). Es decir, dar un salto atrás de treinta años para reencontrarnos con un cine de aventuras de dimensión humana, mucho más profundo que el cine de aventuras de efectos especiales que inunda actualmente las pantallas.
De esa conjunción entre el Spielberg de los 80 y el Abrams de los 2010 surge esta “Súper 8”, una película en la que los protagonistas son un grupo de adolescentes que se ven envueltos en una trama que incluye un extraño accidente ferroviario, extraterrestres y la filmación amateur (en Súper 8) de una película sobre zombies.
La película, que no casualmente está mayormente ambientada en 1979, logra de todos modos (como sólo Spielberg y en algún caso James Cameron saben hacer) contar una historia donde pasan cosas extraordinarias y gigantescas, pero desde el punto de vista de un grupo de chicos que están en pleno descubrimiento del mundo. De este modo, los efectos especiales pasan a un segundo plano y lo que de verdad importa son los personajes, sus reacciones, sus emociones, que pasan a ser de nuevo las nuestras.
Como con todas las creaciones de Abrams, no vale la pena contar demasiado la historia, para dejar que el espectador la descubra por sí mismo. Y sobre el elenco, apenas vale apuntar que es acertada la elección de actores y actrices apenas conocidos, quizás con la única excepción de Elle Fanning, quien ya viene demostrando que es joven y talentosa al mismo tiempo.
“Súper 8” logra, de esta manera, que nos reencontremos con un cine que había quedado olvidado. Un cine que sabe contar historias grandes, pero sin grandilocuencia. Un cine que vuelve a poner la mira sobre los personajes antes que sobre el impacto visual. Un cine que Spielberg supo cultivar como pocos hace 30 años y que ahora Abrams rescata para deleite de quienes están hartos de superproducciones deslumbrantes, pero vacías.