Por Sebastián Martínez
"De amor y otras adicciones": sin encasillar
26 de enero de 2011
Hay películas que son difíciles de encasillar. "De amor y otras adicciones" parece, a primera vista, uno de esos casos. La estructura es idéntica a la de muchas comedias románticas. La temática, en cambio, tiene la impronta de muchos melodramas. Y en cuanto al contexto, al escenario donde se juega la trama, digamos que tiene algo de denuncia.
La película se sitúa en 2006 y sigue la historia de Jamie, interpretado por Jake Gylenhaall, un joven ambicioso y tremendamente exitoso en su cometido de lograr relaciones ocasionales y pasajeras con docenas de mujeres. El tema es que un affaire con la esposa de su jefe en una casa de electrodomésticos provoca que lo despidan.
A través de su hermano, una suerte de nerd excedido en peso que dice ser millonario pero nunca lo parece, contacta a la gente de Pfizer, uno de los laboratorios farmacéuticos más grandes del mundo, y se postula para ser corredor de medicamentos. Este empleo, como muchos saben, consiste en ir por los consultorios y hospitales repartiendo para, esencialmente, convencer a los médicos de que deben recetar sus propios remedios y no los de la competencia. Y Jaime consigue el empleo justo unos meses antes de un medicamento llamado Viagra revolucione el mercado.
En medio de esa faena, el conquistador profesional y algo frívolo que es Jaime, conocerá a una chica de 26 años llamada Maggie, personificada por Anne Hathaway. Hay varios temas a señalar en el personaje de Maggie: es hermosa, es inteligente, posee cierta sabiduría y, además, sufre de Mal de Parkinson en una etapa inicial.
El hecho es que entablan una relación que ella intenta mantener en un plano estrictamente sexual. Al principio, Jaime lo acepta, pero con el correr de las semanas, la cosa se va poniendo más seria y, por ende, todo comienza a complicarse.
Avanzar más en la trama romántica sería contraproducente. Pero con esto tenemos un panorama general para ratificar lo que veníamos diciendo. Por un lado, tenemos a dos personajes reactivos al amor que parecen destinados a estar juntos. Un argumento típico de la comedia romántica. Por otro lado, tenemos la enfermedad de Maggie, que le da a todo el relato un horizonte sombrío, tal como sucede en muchos melodramas. Y, de fondo, tenemos toda una serie de referencias a las políticas de las empresas farmacéuticas y sus manejos, que funcionan a modo de denuncia.
En ninguno de los tres aspectos, "De amor y otras adicciones" es excesivamente original. Sin embargo, su convencionalismo no alcanza para condenarla a convivir con las películas que directamente no valen la pena.
Es cierto que el guión tiene varios lugares comunes, algunos despistes, falta de timming en las escenas pretendidamente cómicas y cierta falta de verosimilitud en algunos pasajes. Pero también se pueden marcar algunos puntos positivos en el desarrollo del filme.
Para empezar, el tratamiento tanto del tema sexual como del tema relacionado con la enfermedad es relajado y sin estridencias. No es poco para ser un producto de Hollywood, un sitio que se ha hecho célebre por inventar el concepto del golpe bajo.
Por otra parte, Anne Hathaway se anima a dar bastante más de lo que venía dando en anteriores películas. No sólo por sus desnudos, hasta este filme casi inexistentes, sino por una interpretación que, en algunos momentos, conmueve con pocos gestos. Gylenhaall, por su parte, ya había encarnado papeles más complejos y aquí se puede decir que pasa la prueba sin descollar.
"De amor y otras adicciones" no es, en definitiva, ninguna maravilla. Pero tampoco es la película de amor standard del verano. Sobre las reglas edificadas en torno a ese género que ya hemos visto hasta el cansancio, este filme se anima a colocar dos o tres ladrillos inesperados que la distinguen de la masa amorfa de comedias románticas que llegan de Hollywood.