Por Sebastián Martínez
"Las crónicas de Narnia": mitología para niños
22 de diciembre de 2010
La saga literaria de "Las crónicas de Narnia", como ocurre con casi todas las historias épicas escritas durante el siglo XX, es un esforzado intento por mezclar tradiciones de las mitologías helénica, celta y cristiana, y luego digerirlas para consumo de niños o adolescentes. Lo mismo podría decirse de los libros de "El señor de los anillos", e incluso de la saga fílmica de "La guerra de las galaxias".
Pero esto no es necesariamente malo. Después de todo, Borges solía decir que en realidad no hay más que cuatro o cinco historias universales para contar y que las vamos reiterando en cada una de las novelas y películas que hacemos. El asunto importante es el modo en que cada artista lo hace.
En el caso de la tercera película de la saga cinematográfica de "Las crónicas de Narnia", que tiene el extenso subtítulo de "La travesía del Viajero del Alba", la tradición está clarísima.
Por un lado, está el telón de fondo creado por la imaginación del escritor británico C.S. Lewis, que remite directamente al cristianismo. Por si alguien no recuerda o no conoce la historia, basta decir que un grupo de hermanos (en la primera eran cuatro, ahora quedan sólo dos) que vive en el Londres de la década del 40 cae misteriosamente dentro del reino de Narnia, para vivir las más increibles aventuras.
En ese universo paralelo al mundo real (donde, por cierto, se está peleando la Segunda Guerra Mundial), los animales hablan, cierto sentido medieval del honor aún tiene vigencia, hay hechiceros y magos, y un león llamado Aslan es el Creador, o para ser más precisos, el Salvador.
Aslan es, para casi todos los críticos que han leído la obra de Lewis, su propia versión de Jesús. De hecho, en esta película (y en el libro en la que está basado) esa correlación es clarísima. El propio personaje dice en algún momento: "En vuestro mundo tengo otro nombre. Tienen que aprender a conocerme por ese nombre". Ese nombre, por supuesto, es Jesucristo.
Esa es la muestra más evidente de la tradición católica de este libro, a la que se suma la imaginería celta de gnomos, dragones y duendes, pero también los más griegos minotauros y faunos. Y, como si fuera poco, "La travesía del Viajero del Alba" no es sino una nueva versión de "La Odisea" o, si se quiere, de la historia de Jasón y los Argonautas.
¿De qué trata "La travesía del Viajero del Alba"? Los hermanos Edmund y Lucy Pevensie vuelven a entrar al mundo de Narnia, esta vez mediante un cuadro mágico (los otros dos hermanos ya no pueden acceder porque han crecido demasiado). Pero en esta oportunidad, a Edmund y Lucy se les suma Eustace, un primo algo más joven, antipático, escéptico y racionalista, que es quizás el personaje más carismático de la historia, al menos hasta que encuentra la redención.
Una vez en Narnia, subirán al barco llamado Viajero del Alba, que es comandado por el príncipe Caspian, a quien habíamos dejado a cargo del reino en la anterior película. El joven príncipe explica a los hermanos Pevensie que ha partido en expedición para descubrir el paradero de siete caballeros que fueron expulsados injustamente del reino y a quienes hay que rescatar.
A partir de entonces, la aventura será navegar los mares desconocidos hacia el fin del mundo, para hallar a los caballeros y a sus mágicas espadas, que parecen ser (cuando son reunidas) el arma más eficaz para combatir la maldad.
El aspecto visual de Narnia (tal como ocurría en las dos anteriores películas) es fruto de un trabajo delicado y destacable. Pero no hay mucho más para elogiar de este filme. Si bien intenta tener un mínimo grado más de oscuridad que sus antecesoras, "La travesía del Viajero del Alba" sigue siendo eminentemente infantil e ingenua en casi todos sus planteos. Cualquier película de Pixar (incluyendo "Cars"), cualquier párrafo de "El señor de los anillos" o incluso varias películas de Harry Potter poseen mayor complejidad que esta entrega del mundo de Narnia.