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Por Sebastián Martínez
"Machete": Rodríguez, dame todo el "power"
24 de noviembre de 2010
Si usted está dispuesto a aceptar que un personaje le abra el bajo vientre a otro de un tajo y luego utilice sus intestinos como liana para descolgarse por una ventana, o si usted puede admitir que dos sensuales enfermeras enfundadas en ajustadísimos uniformes bajen de una ambulancia y empiecen a disparar con naturalidad sus ametralladoras AK-47, entonces usted ya está preparado para entrar en el mundo de Robert Rodriguez, el director de “Machete”.

Machete, personificado por el eterno actor de reparto Danny Trejo, es un policía mexicano que ya desde antes de los títulos demuestra ser eficazmente cruento en sus métodos y honesto en su conducta. Pero en esos primeros cinco minutos de película, la vida de Machete se ve brutalmente modificada: pierde a su familia a manos de una organización de narcotráfico comandada por un tal Torrez, personificado por el impredecible Steven Seagal.

La pérdida de sus afectos y su enfrentamiento con el narcotráfico, llevarán a Machete a Texas, donde tratará de reconstruir su vida. Pero el azar quiere que allí sea reclutado por un empresario para asesinar a un senador xenófobo, que queda a cargo de Robert De Niro. Machete aceptará el encargo a regañadientes, pero cuando llegue el momento de accionar el gatillo, descubrirá que fue traicionado y que el verdadero plan lo tiene a él como chivo expiatorio.

A partir de entonces arranca realmente la película, que es veloz, entretenida y un poco absurda. La trama, siempre centrada en la figura Machete, incluirá a una red de asistencia a los ilegales mexicanos comandada por Michelle Rodriguez, una bien intencionada agente migratoria interpretada por Jessica Alba, una Lindsay Lohan perdida que oscila entre el modelaje, el porno y el consumo de heroína, y un patrullero de frontera ultranacionalista y brutal a cargo de Don Johnson.

Tal como hace Quentin Tarantino, con quien mantiene una sólida amistad, Robert Rodriguez tiene debilidad por las tramas de varios cauces que terminan coincidiendo en un final a toda orquesta. Pero Rodriguez no tiene la madurez de Tarantino ni su capacidad de articular diálogos cerrados sobre sí mismos. En cambio, sí puede exhibir una notable lealtad por aquellos filmes Clase B (o C, o D) que marcaron a ambos directores en su juventud.

En línea con aquellas películas de bajo presupuesto, Robert Rodriguez ofrece una versión satírica, violenta, despareja pero atractiva, del conflicto que se desata en la frontera entre México y los Estados Unidos. Y da algunas pinceladas gruesas en torno a los intereses que allí se cocinas. Pero que a nadie le quepa ninguna duda: “Machete”, el personaje y la película, se pone del lado de los mexicanos.

Pero la gran diferencia con los filmes Clase B es que aquí las estrellas de Hollywood se codean con la abundante sangre artificial y se prestan, divertidos, a los giros grotescos y poco convencionales que da el guión y la puesta en escena de “Machete”. En cierto modo, como propone toda la película, el rol de los actores está invertido: el eterno segundón es el protagonista y los habituales protagonistas son los segundones.

Transcurridos los 105 minutos de película, “Machete” nos deja satisfechos. Con el convencimiento de que es una de esas películas que no pueden ser tomadas en serio. Pero es allí donde radica su mayor virtud: con las herramientas de lo bizarro y de lo berreta, Rodriguez logra sacarnos del lugar plácido del espectador convencional para enchastrarnos con un poco de sangre y, finalmente, volver a meternos en una película que tiene mucha tela para cortar.