Por Sebastián Martínez
"El origen": cuando soñar cuesta demasiado
29 de julio de 2010
El señor Cobb (interpretado por Leonardo Di Caprio) es un sujeto cuya especialidad es meterse, mediante un dispositivo tecnológico que parece relativamente mecánico, en los sueños de la gente.
No lo hace solo. Junto a él hay un equipo: una persona que estudia los antecedentes del soñador, otro que funciona como “arquitecto” onírico y, de vez en cuando, un químico que induce sueños más profundos.
El asunto es que esto de andar metiéndose en los sueños ajenos no parece ser algo secreto ni desconcertante en el mundo presentado en el filme “El origen”. Es, sencillamente, una técnica que se utiliza en la sociedad en que nos sumergiremos durante casi dos horas y media de la mano del director Christopher Nolan. Sólo que, en ese mundo, el señor Cobb es el mejor en el ramo.
¿Y para qué se quiere meter en el inconsciente de la gente? Generalmente, para robarse ideas o secretos inaccesibles en la vigilia. Pero también está el desafío máximo de la especialidad, que no consiste en sacar una idea de la psiquis, sino en implantar un concepto, en crear algo nuevo dentro de alguien, en realizar lo que llaman “un origen”.
Cobb será contratado por un magnate japonés (en la piel del gran Ken Watanabe) para realizar un trabajo extremadamente difícil. Entonces, reunirá al mejor equipo y se pondrá a trabajar. Pero el problema de Cobb es que su propio inconsciente está lleno de fisuras, fundamentalmente creadas en torno a la pérdida de su esposa (a cargo de la francesa Marion Cotilliard).
Vamos a dejar la sinopsis ahí. Con la idea de que un hombre especializado en manipular experiencias oníricas y con profundos problemas psicológicos debe hacerse cargo de un trabajo casi imposible.
Ahora bien: Nolan es un director que ya no necesita demasiada presentación. Las últimas dos entregas de “Batman”, “Memento”, “Insomnia” y “El gran truco” son sus últimas credenciales. Y lo vuelven, desde ya, un realizador a tener muy en cuenta. De Di Caprio tampoco es mucho lo que pueda agregarse a lo que ya se ha visto. Ha triunfado, ha crecido y se ha consolidado. ¿Qué más se le puede pedir?
Alrededor de Di Caprio están Watanabe, Cotilliard, Ellen Page, Cillian Murphy, Joseph Gordon-Levitt, Tom Hardy, por un lado, y Michael Caine, Tom Berenger y Pete Postlethwaite en papeles secundarios.
El filme (difícil de definir) es, por denominarlo de algún modo, agotador. Y por momentos demasiado didáctico, y alucinado, y atractivo, e inquietante, y pretencioso, y visualmente arrollador. Los adjetivos podrían seguir durante varios párrafos. Pero, por sobre todas las cosas, “El origen” es interesante. La apuesta de Nolan es grande y el resultado es grande.
Quizás el peor defecto de la película sea su concepto de los sueños, lo que no es menor, tratándose de un filme que gira sobre ellos casi todo el tiempo. Es decir: lo que ocurre en nuestro inconsciente mientras dormimos puede ser algo misterioso y, más allá de los esfuerzos del psicoanálisis por descubrir algunos de sus mecanismos, es difícil saber cuál es su naturaleza. Sin embargo, todos soñamos. Y los sueños que nos presenta Nolan, no se parecen a los sueños que tenemos noche a noche. Son más nítidos, menos ambiguos, más lineales. Una pena, porque se podría haber construido sueños más complejos en un filme así.
Pero hay que reconocer que animarse a hacer una película grande no es un mérito menor, a esta altura en que Hollywood suele confundir grandeza con presupuesto. Aquí están las dos cosas: los 200 millones de dólares de inversión y una idea ambiciosa puesta en práctica con esmero, con megalomanía, con pasión y con oficio. El resultado merece ser visto. Y discutido.