Por Sebastián Martínez
"Gomorra": la mafia real, sin épica ni glamour
10 de marzo de 2009
Quienes leyeron "Gomorra" aseguran que este libro de Roberto Saviano, mezcla de novela, autobiografía e investigación periodística, no es ciertamente una obra maestra ni mucho menos. Y dicen que, si bien sirve para divulgar algunos hechos relacionados con las actividades de la camorra napolitana, su éxito editorial está basado más en el hecho de que su autor fue amenazado de muerte por la mafia, que en la verdadera valía literaria del texto.
Si esto es cierto, se daría un caso extraño y pocas veces visto en la historia de las artes contemporáneas: de un libro mediocre ha nacido una película excepcional. Porque, ya se sabe, por lo general las adaptaciones cinematográficas de la literatura suelen jugar en contra de los textos originales. Aseguran quienes han leído a Saviano y luego visto el filme dirigido por Matteo Garrone que aquí ocurre todo lo contrario. Quienes sólo hemos visto la película no podemos dar fe de esto. Pero sí podemos asegurar que "Gomorra", la película, es posiblemente el estreno más interesante en lo que va de 2009 en las pantallas argentinas.
Lo primero que debe hacer el potencial espectador interesado por esta película es desterrar de su imaginería todo aquello que se relacione con los filmes o series sobre mafiosos. "Gomorra" no se parece ni remotamente a "El padrino", ni a "Caracortada" (aunque se la mencione), ni a "Los intocables", ni a "Bugsy", ni a "Los Soprano", ni a "Buenos muchachos", ni a ninguna otra película salida de Hollywood que intente indagar los vericuetos del crimen organizado.
En este filme no veremos mafiosos opulentos que ordenan homicidos enfundados en sus trajes de gala, ni escenas antológicas en las que las canzonettas napolitanas musicalizan algún baño de sangre. Que nadie espere ver en esta película al estereotipo del italiano. Aquí sólo hay italianos de carne y hueso. Y, sobre todo, que nadie espere encontrar una épica de la mafia. Esto es Nápoles: no hay glamour detrás de los crímenes. No hay estetización posible frente a la muerte.
Lo que muestra "Gomorra" es distinto. Y real. Esta película describe, casi sin abrir juicios morales, el modo en que la mafia napolitana está presente en la vida cotidiana de los habitantes del sur italiano, a tal punto que no es necesario ir más allá del supermercado del barrio para sentir su ominoso poder. En concreto, la cámara de Garrone sigue cinco historias que se van superponiendo durante más de 140 minutos de película.
Una es la del chico que hace el reparto del almacén y decide que es hora de ingresar a las pandillas de la zona. Otra es la de los dos "perejiles" que suponen que pueden crear su propia organización, burlando el poder de la camorra. La tercera es la del sastre que trabaja en un taller protegido por la mafia y ve coartada su libertad laboral. La penúltima es la de un joven que empieza a trabajar para un empresario mafioso que lucra con los desperdicios industriales. Y la quinta y última historia gira en torno a un "cajero" de la mafia, un hombre gris y temeroso que vive de recaudar y repartir el dinero del crimen organizado entre los vecinos del barrio.
Las historias no son grandilocuentes. Y no todas son necesariamente trágicas, aunque sí explícitamente violentas. Lo que dota a "Gomorra" de potencia no es una estructura narrativa prolijamente ordenada al estilo de los relatos del cine comercial, sino esas vidas que refleja, tan parecidas a las vidas de la gente, que están atravesadas en sus mínimos gestos cotidianos por el poder del crimen. Recién después de ver "Gomorra" puede uno decir ha comenzado a entender el funcionamiento de las mafias. De las del sur de Italia y de las del resto del mundo.