Por Sebastián Martínez
"Sólo un sueño": una pareja y su iceberg
27 de enero de 2009
Hay dos películas previas que marcan el territorio de "Sólo un sueño". Por un lado está "Titanic", el mega tanque de James Cameron que, en 1997, reunió por primera vez a Leonardo DiCaprio y a Kate Winslet en una misma pantalla. "Titanic" puede ser muchas cosas, pero nadie podrá decir que fue una película más: sigue siendo aún hoy el filme comercialmente más exitoso de la historia, el que más nominaciones recibió para el Oscar y el que más estatuillas ganó en una ceremonia.
Y, viéndola de un modo cruel, podría decirse que "Sólo un sueño", ambientada en la década del 50, es una de las tantas vidas posibles que habrían tenido los prometedores jóvenes que se enamoraron a bordo del desgraciado transatlántico, si ambos hubiesen sobrevivido al hundimiento. ¿Qué habría pasado si hubiesen seguido con sus vidas juntos, se hubiesen casado, tenido hijos, compartido el complejo y delicado ejercicio de la convivencia y el matrimonio?
En el otro costado tenemos a "Belleza americana", la primera obra del director Sam Mendes, que estableció su ingreso a la primera división de Hollywood. Allí, con la ayuda de Kevin Spacey, el director planteaba el fallido intento de un habitante promedio de los Estados Unidos por escapar del entorno de hipocresía, apariencias y autocomplacencia que condiciona su vida.
Todos estos temas vuelven a aparecer en "Sólo un sueño". Aunque esta vez hay un detalle decisivo. A diferencia del limitado personaje de Spacey, los protagonistas de "Sólo un sueño" (el matrimonio Wheeler interpretado por DiCaprio y Winslet) están convencidos de ser "especiales", "distintos al resto". O, como uno de ellos lo plantea, están convencidos de estar destinados a "ser maravillosos en el mundo". Hasta que un día se dan cuenta de que sus vidas son tan convencionales y chatas como las de cualquier otro.
En el momento en que toman conciencia de que sus vidas son tan ordinarias como las de sus vecinos, los Wheeler se plantean una alternativa: dejar su encantadora casita en los suburbios, abandonar sus rutinarios trabajos de ama de casa y empleado, y partir rumbo a París para comenzar "realmente a vivir". En su fantasía, París será el escenario donde ella podrá ganarse su sustento y él podrá descubrir su verdadera vocación, para dejar definitivamente en el pasado el asfixiante "american way of life" que los ha encerrado hasta obligarlos a abandonar sus sueños.
"Sólo un sueño" tiene varios puntos altos. Por un lado, las actuaciones: no sólo DiCaprio y Winslet (que hasta altura ya no deben demostrarle nada a nadie), sino también los enormes papel secundarios a cargo de David Harbour, Michael Shannon, Kathy Bates y Kathryn Hahn. Por otro lado, la profundidad psicológica de cada una de las piezas que se mueven en el tablero de la trama, seguramente deudora de la novela de Richard Yates en la que se basa la película. Y, por mencionar sólo una virtud más, la absoluta falta de concesiones de un argumento que es cruel cada vez que debe serlo.
En contra del filme no puede decirse mucho. Quizás algunos parlmentos son demasiado sentenciosos, de una solemnidad que se vuelve irreal en contados pasajes. Posiblemente la estética de Mendes (al igual que en "Belleza americana") sea un poco barroca para un relato que mereciera, de a ratos, algo más de sobriedad. Tal vez, los hijos del matrimonio queden un poco relegados en una trama que se pretende realista.
Pero todos los defectos de "Sólo un sueño", que los tiene, quedan en un segundo plano ante la densidad del planteo y de su ejecución. Quizás su mayor logro sea el de ser una película que invita a ser discutida. No a asentir pasivamente ante sus premisas, sino a pensar cada uno de sus giros, a tomar partido. Eso vale. Y no se ve todos los días.