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Por Sebastián Martínez
"La duquesa": matrimonios arreglados y algo más
11 de diciembre de 2008
Como toda película sostenida sobre fundamentos narrativos más o menos convencionales, "La duquesa" tiene una escena que pretende condensar la totalidad de su argumentación. En este caso, esa secuencia se vive más o menos a la media hora de filme, cuando la protagonista da a luz a una criatura, el padre se entera de que es una beba y, despechado por no haber engendrado un heredero varón, se marcha a jugar con sus adorados perros.

Ésa es la clave de todo el asunto: si eres mujer, el mundo de los hombres te dará la espalda, te dejará a tu suerte, te despreciará o, en el mejor de los casos, te valorará por debajo de los perros. He ahí la tesis de "La duquesa" y no hay mucho más que pueda decirse sobre sus 110 minutos. Eso es más o menos todo: lineal, sin matices, bien intencionado y algo pobre.

El filme, basado en un libro biográfico exitoso en Gran Bretaña, trata sobre la vida de lady Georgiana Spencer, quien se convertiría en duquesa de Devonshire, alcanzaría cierta fama por su estilo indumentario y sus ideas políticas, y viviría una decepcionante existencia amorosa.

La pobre Georgiana (Keira Knightley) aún no ha cumplido los 18 años, cuando el duque de Devonshire (Ralph Fiennes) se presenta en su hogar y la reclama en matrimonio. La familia de Georgiana, de parabienes, por supuesto. La Casa Devonshire es una de las más ricas y más influyentes en la Inglaterra del siglo XVIII. Así que Georgiana, entre ilusionada y aprensiva, se marcha a su nuevo hogar, donde rápidamente comprende que su vida se reduce a una única misión: darle al duque un heredero varón.

Para colmo, el duque no es precisamente un tipo divertido: tiene los modales de un búho, la conversación de un potus y los intereses de un adoquín. Eso sí, de tanto en tanto tiene joviales invitadas clandestinas en su dormitorio, lo que naturalmente provoca que, de tanto en tanto, algún infante se presente en la casa y diga que es hijo suyo.

La duquesa, queda claro, no está feliz con su matrimonio. ¿Qué hace para distraerse? Por un lado, Londres ha comenzado a reconocerla como un faro en cuanto a las tendencias de la moda se refiere. Así que se diseña su ropa y luego se pavonea entre la alta sociedad, donde de a poco se ha ganado un lugar. Por otra parte, apoya públicamente al partido Whig, que en ese momento representaba al ala izquierda del parlamentarismo británico y anhelaba reformas democratizantes.

Podría haber vivido así toda su vida, suponemos. Pero el principal problema aún estaba pendiente de resolución: siguen llegando niñas, una detrás de otra, pero el heredero del ducado no aparece. En medio de esos padecimientos está nuestra duquesa, cuando dos nuevos personajes le complican aún más la existencia. Una mujer divorciada, de ideas liberales y lengua aguda, se transforma en su mejor amiga, pero terminará siendo un problema. Y un joven político reformista regresa a su vida después de muchos años con intenciones perturbadoras, y (de nuevo) terminará siendo un problema.

En fin, hay infidelidades, gritos, traiciones y no hay que avanzar mucho más. Quizás sí detenerse un segundo para reconocer el gran trabajo de Ralph Fiennes y los sólidos aportes que hacen Charlotte Rampling (como la madre de Georgiana), Hayley Atwell (la amiga de la duquesa) y Simon McBurney (como el lider del partido Whig). El resto está ahí: no molesta, no refulge y parece más bien parte del decorado, de la muy prolija dirección de arte de la película.

Y es que ésa es una de las palabras que mejor definen "La duquesa": prolijidad. Todo está en su lugar, sus razones son políticamente correctas, la época ha sido reconstruida a conciencia, y así podríamos seguir tildando todas las asignaturas en que la película aprueba con solvencia. Eso sí, si alguien quiere ver una película conmovedora, desafiante, innovadora, enriquecedora, "La duquesa" probablemente no sea su mejor elección.